El tratamiento, por separado, de la pandemia primero y de la crisis económica y social, después, no debería prolongarse por un periodo de tiempo superior a tres meses. Todo lo que exceda de ese plazo, nos conduce inexorablemente a la crisis económica más profunda que habrá sufrido nuestro país en un siglo, con sus gravísimas consecuencias sociales tras la dramática pérdida de puestos de trabajo, que serán difíciles de remontar salvo que Europa y el FMI, entre otros, se estrujen la cartera casi hasta el infinito.

Es cierto que, para salvar vidas, la muerte se ha ensañado con la generación de la Transición, a la que pertenezco. Ha sido necesario cerrar el país y bajar la persiana de la economía, manteniendo abierta únicamente la despenda de la subsistencia (esta vez sin cartillas de racionamiento). Así, por ejemplo, han dejado de venir a España los 70 millones de turistas que nos visitaban cada año y que no sabemos cuándo volverán. Es como si, en los siglos XVI y XVII, nos hubieran hundido, cada año, todos los galeones que traían oro y plata de América. Así de grave es la situación.

Sin entrar en detalles, muchos tenemos la impresión de que el virus ha abierto una enorme grieta en las estructuras del Estado y del país, bastante debilitadas desde el año 2015, con la aparición de los populismos. Además, las autoridades competentes han ido rellenando con cascotes de errores, despropósitos y decisiones absurdas (políticas y técnicas) con las que se podría escribir un libro, y que no han servido para reforzar dichas estructuras, más bien lo contrario. Lo que siempre ha sido una manera chapucera de tapar el agujero. Sin embargo, cuando todo haya terminado, nadie podrá evitar que sobre los escombros aparezcan las consabidas derivaciones políticas y judiciales, que pueden tener importantes consecuencias. Aunque, para ser positivos, no es esto lo que ahora nos interesa destacar.

La cuadratura del círculo

La gracia de la política, que no suele ser una ciencia exacta, consiste en lograr lo imposible, algo así como la cuadratura del círculo, sobre todo en tiempos de crisis agudas como la que ahora estamos sufriendo. La historia está llena de políticos que estuvieron a la altura de lo que se necesitaba en el momento y de otros que fracasaron estrepitosamente. Para conseguirlo hace falta inteligencia y mucha imaginación, aunque sin olvidar que «el demasiado improvisar vacía tontamente la imaginación». A diferencia de los líderes de la Transición que conocieron mayo del 68 y la importancia de la imaginación para lograr sus propósitos, los de hoy parece que sólo se ocupan de su ego, de su verdad, de su entorno más cercano o de su futuro a corto plazo; sólo les preocupa aparecer diariamente en los medios de comunicación. Son, por naturaleza, incapaces de resolver, ni si quiera de manera aproximada, la cuadratura del círculo, que es precisamente lo único que en la situación actual hay que hacer. Resolver lo que parece irresoluble. Esa es la grandeza de la política.

Los principales partidos de este país tienen la obligación, moral y política, de ponerse de acuerdo, preferiblemente teniendo como base la Constitución del 78, para sacar a España del agujero en el que estamos desde hace cinco años. Siendo la pandemia y sus consecuencias una ocasión de oro, un acicate, para encontrar la fuerza y las ideas necesarias que resuelvan las crisis sanitaria y económica de hoy, e inicie también, las reformas que España necesita desde que la inercia de la Transición fue perdiendo fuerza por el efecto del rozamiento.

Siempre y cuando los partidos que se involucren en la aventura no pretendan poner el mundo patas arriba, sin saber lo que queda por debajo. Pero antes, reitero, hay que procurar la cuadratura del círculo; lo que puede convertir a un simple gestor en un líder: resolver, simultáneamente, las dos crisis que nos están destruyendo, la sanitaria y la económica. España, miembro del G20, con un pueblo inteligente que ha demostrado ser disciplinado y solidario, tiene, o debería tener, medios suficientes para frenar la pandemia y abrir la economía, ateniéndose a normas estrictas y aplicando los criterios que aconseja el sentido común, y pactados en el Parlamento. Como imagino que ya están haciendo otros países de nuestro entorno. Y es en este preciso momento, cuando el papel de los partidos de la oposición debe ir más allá de una mera adhesión puntual al gobierno. No es suficiente con hacerse la foto del pacto, por muy bien que le parezca a la opinión publicada. Deben aportarse ideas y, si fuera necesario, retorcer el brazo del gobierno. Salvo que esta crisis nos haya pillado sin gobierno solvente y sin alternativa. Lo iremos viendo conforme avancemos hacia la crisis política que aparecerá, más pronto que tarde. Nadie se va a ir de rositas después del virus. Churchill ganó la guerra pero perdió la paz. Imaginen si la hubiera perdido.

Para terminar, quiero resaltar que no me ha parecido mala idea convertir a España en una retícula donde cada espacio, estatal, autonómico o local, sea tratado según sus propias características y condiciones. Porque, es evidente que en ningún caso se pueden aplicar las mismas normas a Madrid que a un pequeño pueblo de 150 habitante. Ni a Canarias que a Cataluña. Lo que parece de perogrullo, también parece difícil de entender por algunos.

De esta forma, la reconstrucción de la economía que no se pueda conseguir en el conjunto de España, se podría ir desarrollando parcialmente, en espacios más reducidos y más fáciles de ordenar y controlar. Cuestión de imaginación y de acelerar la desescalada.

P.D. Solo nos falta conseguir que la desescalada la gestionen los de aquí y no los de allí, donde piensan que un pueblo pequeño es el de menos de 20.000 habitantes. Al menos, hasta el momento, los aragoneses han sido capaces de ponerse de acuerdo y es de agradecer.