Comparar las consecuencias del caso del guardaespaldas de Emmanuel Macron con el Watergate que se llevó a Richard Nixon en EEUU es una exageración, pero el hermético silencio del presidente francés no hace más que agrandar el escándalo desatado por los actos de violencia cometidos por Alexandre Benalla y convertirlos en una verdadera crisis de Estado. El secretario general de la presidencia, colaborador muy próximo de Macron, y el ministro del Interior han sido llamados a declarar ante la comisión de investigación de la Asamblea Nacional. El caso Benalla, destapado por Le Monde, se inició como un caso de abuso de autoridad del responsable de la seguridad del presidente mientras ejercía violencia contra unos manifestantes el 1 de Mayo. Sin embargo, pronto emergieron aspectos alarmantes. La proximidad del encausado con Macron, las prebendas de las que ha gozado y su actuación de forma paralela a las fuerzas de seguridad del Estado han despertado las alarmas. El intento de acallar la actuación del guardaespaldas y el silencio del presidente están corroyendo su autoridad. Macron prometió una nueva forma de hacer política. Cuando hace poco más de un año de su elección, una forma tan vieja de mal Gobierno como es el encubrimiento de un colaborador ha desatado y con razón la indignación entre la clase política y en toda la sociedad.

Los devastadores incendios de Grecia (con casi 120 focos activos en todo el país) y con la tragedia de al menos 74 muertos en la costa nordeste de Atenas, más allá de lamentar el drama ajeno, nos ponen también sobre aviso en nuestro propio país, un territorio mediterráneo que ha vivido episodios dantescos en esta época del año, como el más reciente, del 2012, en La Junquera y Portbou, con 13.000 hectáreas afectadas y dos víctimas mortales. Los expertos llaman la atención últimamente sobre «la paradoja de la extinción» que se está produciendo ahora en todos los territorios. En los últimos ejercicios, se han «apagado llamas pero no incendios». Es decir, el antiguo mosaico de pasturas, cultivos y bosque ha derivado en una masa forestal continua que, gracias a la eficacia de las labores de extinción a menor escala, ha creado un peligro soterrado por cuanto la energía combustible sigue ahí, a la espera de un incendio de mayor calado. La diferencia entre los presupuestos destinados a la extinción y los que se dedican a la prevención es desproporcionada. Mientras tanto, el bosque en general sigue siendo un polvorín en todos los territorios, con el abandono del campo, la suciedad en el sotobosque creciente y la alta densidad de las arboledas, sin contar con la construcción de urbanizaciones. Una gestión forestal sostenible es más imprescindible que nunca. Hay que evitar la tragedia antes de que sea tarde.