El dato oficial y definitivo de la inflación de febrero, el 0,0%, pone de relieve, entre otras cosas, que las subidas y bajadas de precios no están ni mucho menos bajo control. De hecho, si el IPC ha caído del 0,2% de enero al 0,0% de febrero se debe en muy buena parte al descenso de los carburantes y de la fruta fresca, dos componentes del cálculo que no dependen en absoluto de la política económica ni salarial que se aplica en el país. La cifra es positiva en la medida en que no se cumple el negro vaticinio del -0,1% que había adelantado la previsión del INE y que suponía acercarnos a la deflación. Y también lo es porque no resta poder adquisitivo a las pensiones, prácticamente congeladas, ni a los millones de trabajadores que han visto estancados sus sueldos, cuando no reducidos. Según el Banco de España, para un país tan endeudado como nuestro país, un poco de inflación reduce a largo plazo la cuantía de la deuda, mientras que el estancamiento de los precios tiende a consolidar el valor de aquella, incluso a aumentarlo. El Gobierno confía en que esa moderación permitirá que cuando se recupere la demanda interna la inflación permanezca bajo control.