No hay papeleras pero tampoco papeles en el suelo. Ni colillas, ni chicles, ni basura, ni otras lindezas perrunas. Se podrá decir que los japoneses tienen unas creencias religiosas peculiares; que esas creencias de naturaleza optimista y positiva (comparen con las religiones monoteístas), les lleva a preocuparse por sus semejantes y el entorno físico en el que viven; que son muchos habitantes en un espacio pequeño y tienen que organizarse. Todo eso es verdad, muchas cosas nos separan. Sin embargo, más allá de estas diferencias culturales hay aspectos importantes que nos deberían hacer reflexionar. No está reñida nuestra filosofía de la vida con unas mínimas prácticas de urbanidad y respeto hacia los demás. No es incompatible ser limpio y cuidadoso de nuestro entorno más cercano, con que nos gusten la plaza pública, los bares y las fiestas.

LA SOCIEDAD española ha mostrado rasgos de altruismo y generosidad hacia los demás muy importantes. Somos muy solidarios ante catástrofes lejanas y ajenas; somos también de los primeros en el mundo en la donación de órganos. Pero al mismo tiempo, en lo cotidiano y más próximo dejamos mucho que desear. En general, nuestras ciudades están sucias, muchos de nuestros bienes públicos, parques, monumentos están bastante descuidados.

Puede haber una parte de culpa en las administraciones en relación a los recursos que dedican a esos menesteres pero, en mi opinión, hay mucha más responsabilidad en la ciudadanía: poner los pies en los asientos de los autobuses públicos, no cuidar plantas y parques, tirar basura, sembrar las calles de minas caninas, pintadas, es un asunto de falta de ciudadanía, de baja cultura cívica.

Para el buen funcionamiento de una sociedad se requiere la participación y la complicidad ciudadana y el primer acto participativo es respetarse a sí mismo. Esto no se consigue con comportamientos incívicos, tan simples, y tan expresivos, como tirar un papel en la calle. Y si no se tiene un respeto hacia uno mismo, menos se tendrá hacia los demás, hacia los derechos de los demás, hacia los bienes públicos, que son de todos y entre todos los sufragamos.

En muchas ocasiones, las administraciones públicas y muchas instituciones hacen campañas solidarias por las grandes causas. Debe ser muy revolucionario la lucha contra el cambio climático, el apoyo a los refugiados, la protección de las ballenas,.. Nos sensibilizamos con lo general y nos olvidamos con mucha frecuencia de lo cotidiano y lo concreto. En esto solemos ser bastante reaccionarios. Crear ciudadanía, crear capital social que atiende a las pequeñas cosas, a las cosas cercanas que afectan a nuestra vida cotidiana, exige una actitud activa y una permanente predisposición y un comportamiento cívico.

FORMAR CIUDADANOS cívicos y responsables no se produce de forma espontánea, porque sí, sin esfuerzo o comprándole un móvil a tu hijo. A lo mejor, todo lo contrario. Los valores cívicos hay que fomentarlos de manera permanente. Una sociedad no es más civilizada que su predecesora porque sí, porque es más rica o porque viaja más, sino que se requiere trasmitir y promover los valores de respeto hacia sí mismo y hacia los demás de forma continuada. Es un tema en el que deben intervenir diversos actores, para empezar la propia familia y también las diversas administraciones públicas. Es un asunto que nos concierne a todos. Y no nos equivoquemos, hablamos de valores cívicos, de urbanidad, no de creencias.

Crear ciudadanía, promover comportamientos cívicos, debe ser una tarea permanente del conjunto de la sociedad y no sólo de las administraciones. Para empezar con medidas positivas de fomento de esos valores y a continuación, pero no para sustituir, sino en todo caso para complementar, con posibles reglamentos sancionadores de comportamientos incívicos o antisociales. La participación ciudadana empieza con algo tan simple como no tirar un papel al suelo.

* Profesor de la Universidad de Zaragoza