Noticias que cabalgan sobre noticias y se desvanecen con la celeridad de un relámpago: vivimos inmersos en una vorágine de acontecimientos que nos roba incluso el tiempo del luto, pero, hoy, quiero vestirme de lágrimas. Llanto amargo, pleno de pesar: Lázaro Carreter, el defensor de la palabra, ha dejado su púlpito y sus dardos yacen bajo un velo negro.

Nuestro ilustre académico, eminente paladín de la corrección en el uso del español, se dedicó a su labor con un tesón y una voluntad férrea, que fácilmente se hubiesen confundido con la ronca testarudez aragonesa a no ser por su preclara lucidez, merced a la cual consiguió que su trabajo trascendiera los ámbitos más cultos e invadiera la calle hasta obtener con su obra un reconocido éxito editorial.

Su gran batalla, lidiada en favor de las letras, ensalza sobre todo la dignidad del hombre. Lázaro Carreter nos ha legado las armas para dominar el más poderoso instrumento de interrelación con nuestros semejantes: la más hermosa herramienta, que brota de nuestros labios para hacernos entender con todos quienes comparten nuestra lengua.

*Escritora