Todos los lunes, el diario estadounidense The Chicago Sun-Times publica en su versión digital la cifra de personas asesinadas o que han sido víctimas de un homicidio, durante el fin de semana, en el área metropolitana de la tercera ciudad más grande del país. El macabro recuento, que nunca se queda en cero, arroja siempre números escalofriantes. Impensables para cualquier otro pueblo que se diga del primer mundo. El periódico se ha propuesto que, pese a lo habitual que resulta allí este tipo de muertes, nunca dejen de ser noticia. En lo que supone un estrepitoso fracaso de su sistema de convivencia, Estados Unidos no ha podido evitar que ahora ya solo trasciendan las masacres en escuelas y centros comerciales. O dicho de otro modo, el país que preside Barack Obama no ha sabido impedir que la tasa de muertes a tiros sea 20 veces mayor que la que muestran los siguientes 22 estados desarrollados- ¡juntos! A las evidentes consecuencias de una ingenua y permisiva política sobre el uso y tenencia de armas, unen los norteamericanos el problema, nunca resuelto, de la discriminación racial. Un cóctel explosivo, que cobra vigencia estos días en Misuri a cuenta del modo en que la justicia ha despachado la muerte, por los disparos de un policía, del joven negro Michael Brown. Resulta increíble que una nación con tantas cosas buenas, capaz de ejercer semejante influencia en el resto del mundo y de meternos por la boca hasta el Black Friday, no encuentre el modo de superar tan clamorosos atrasos. Periodista