No me apetece nada escribir sobre el procés y su deriva. Ya cansa, me aburre y nos tiene a todo el país, incluida la mitad de Cataluña, más que hartos. Pero, ya ven, de pronto me siento impelida a teclear lo que pienso. Ver las imágenes que nos brindan los informativos, diarios e internet pone los pelos de punta. Y hablo de uno y otro bando. Es horrible pensar que utilizamos un lenguaje de contienda, de guerra, de enfrentamiento casi armado.

Arde Barcelona, como ardió París hace unos meses con los chalecos amarillos, y parece que los políticos irresponsables (el impresentable de Torra y sus acólitos, los patriotas desfasados del PP, Cs y los fascistas de Vox) piden a gritos echar más leña al fuego. La están liando gorda y parece que les gusta encontrarse en este punto de locura colectiva. Además del anhelo trasnochado del independentismo catalán (el nacionalismo en el XIX tuvo sentido. Hoy, ninguno) donde se juntan la derecha burguesa catalana que esconde la corrupción de los Pujol y del 3% en sus alfombras (JxCat), con ERC (¡los republicanos!), está todo ese detritus juvenil desocupado que se excita quemando coches, lanzando cócteles y destrozando lo que encuentra a su paso. Sintiéndose protagonistas de la historia real, porque ya se han cansado de ver vandalismo virtual en las pantallas de sus juegos aditivos.

Y, claro, en este clima de violencia dirigida por intereses bastardos, las fuerzas de seguridad cargan, contienen, y se pasan bastante cuando la rabia se desborda como en un orgasmo colectivo de barbarie y fuego.

Todo ha ido demasiado lejos: la política y la libertad de expresión no incluyen el sabotaje continuado a la población civil y su libre movilidad. No se puede permitir que se corten las líneas del AVE, las autopistas, se tomen los aeropuertos y se quemen coches en nombre de la libertad de expresión. «Oigan, ustedes, si quieren gritar y protestar planten las tiendas de campaña en la plaza de Cataluña y hagan huelga de hambre hasta las Navidades», les diría yo. Están en su derecho.

Torpe fue Pedro Sánchez, cuando hace dos veranos (entonces el incendio no había estallado todavía) no concedió el indulto a los presos para que pasaran las navidades en su casa y se calmaran las aguas del tsunami catalán. Ese gesto, magnánimo y astuto, de un presidente del Gobierno español hubiera desconcertado a los Torra y compañía. Desactivando de momento la bomba de relojería cuyo tic, tac, continuado empieza a dar miedo. Oportunidad perdida del PSOE. Ahora, quizás sea tarde. Sánchez se encuentra bloqueado, rodeado de malos consejeros, y de gallos de corral que escupen cuando gritan.

Los únicos que ganan en todo este sin sentido de marujas envueltas en banderas españolas y descerebrados lanzando barricadas a la Policía son los ultras que sueñan con ganar escaños en las elecciones de noviembre. Esa escoria se frota las manos con el subidón catalán.

*Periodista y escritora