Hoy uno de los problemas más graves es la desigualdad con muchas secuelas negativas. Es una obviedad que los más ricos logran manejar el debate público, fijando los estándares de qué es razonable y qué es inaceptable, de acuerdo con la teoría política de la Ventana de Overton. El dinero puede comprar muchas cosas: medios, academia y hasta gobiernos. Para el juez del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, Louis Brandeis: «Podemos tener democracia o tener la riqueza concentrada en las manos de unos pocos, pero no podemos tener ambas cosas a la vez».

Las sociedades democráticas tratan de establecer regulaciones que actúen como cortafuegos entre la política y la riqueza. Sin embargo, como señala la economista y filósofa belga Ingrid Robeyns, esos cortafuegos no han funcionado porque las grandes fortunas son un poder demasiado grande para las democracias. Sostiene que la extrema riqueza no genera problemas, sino que es el problema. Una serie de trabajos han mostrado cómo los más ricos usan su dinero para que la democracia funcione de acuerdo a sus intereses y les dé más dinero: usan el lobby y los contactos para pagar pocos impuestos, financian los partidos políticos y consiguen leyes en defensa de sus intereses. Circunstancia que no está al alcance del ciudadano normal, lo cual supone una perversión de la democracia.

Para hacer frente a este problema de la acumulación excesiva de la riqueza, que condiciona la democracia, Robeyns defiende el «limitarianismo», que es un esfuerzo por pensar cómo repartir los recursos de una manera ética y justa, para proteger la igualdad en política y enfrentar los desafíos del cambio climático y la pobreza. No entiende la riqueza como algo negativo; pero sí su acumulación excesiva, es decir la codicia. No es la primera que va contra la acumulación ilimitada. Pero es una de las que más ha avanzado en desarrollar estas ideas hoy. El límite debe definirlo cada sociedad a través de sus procesos políticos. Mas, su pregunta clave es: ¿qué necesitamos para una vida plena en términos de acceso a salud, educación, transporte, alimentación? En Holanda evaluó la idea de establecer un límite a la riqueza y un 96,5% aceptó tal idea. La cantidad vinculada con un determinado estándar de vida fue entre 2 y 3 millones de euros para las familias. Sobrepasado ese nivel, el dinero no contribuye a la prosperidad ni a la calidad de vida.

La desorbitada desigualdad podría empezar a corregirse a nivel de salarios. La economía ha justificado las diferencias salariales en razón de la productividad. No es así. En las grandes empresas los salarios altos no son definidos por la productividad, sino por los directorios. En la crisis financiera del 2008 vimos qué bancos hicieron un trabajo pésimo, y sin embargo algunos de sus ejecutivos siguieron percibiendo grandes emolumentos. Una ley en Holanda limita los ingresos de los directivos de las instituciones públicas. Un rector de una universidad no puede ganar más que el salario del primer ministro. Es un ejemplo de política limitarianista, aunque solo se aplica al sector público. En el 2008 también en Holanda, a propósito de la crisis financiera, tras recibir un salvataje gubernamental, el dueño de un banco quería aumentar el monto de compensación para pagar a uno de sus directivos. Esto generó gran oposición, por lo que el banco retiró la propuesta. Este ejemplo expresa otro problema: en general los ricos y las élites viven en un mundo aparte, en su burbuja. Lo expresó ya Christopher Lasch, en 1996, en su libro La rebelión de las élites y la traición a la democracia: un fantasma recorre el mundo, y no es el comunismo ni la rebelión de las masas. Es la secesión de las élites y, dentro de ellas, muy especialmente, la de los ricos.

Dentro del neoliberalismo parece una herejía pensar que algunos tengan demasiado y una prueba de envidia. El limitarianismo cuestiona esa mirada y considera que tener demasiado es problemático por diferentes razones, entre ellas, la de un peligro para la democracia. Son necesarias alternativas. El limitarianismo de Robeyns es una de ellas. U otras, como la de la Economía del bienestar (EB) que pone el centro en las personas y los valores públicos, y no en la libertad económica. Hoy la EB está presente en Nueva Zelanda, Escocia, Costa Rica, Islandia y hay gente investigándola y dirigentes políticos que la apoyan. En Nueva Zelanda se identificó el bienestar de los individuos como una meta central de sus políticas y diseñó su presupuesto económico en función de nuevos indicadores. En la EB se pone en el centro la equidad, el desarrollo ecológico sustentable, la justicia económica. En ese contexto, medidas limitarianistas de la riqueza son justificables, porque no se trata de la libertad económica individual sino de la calidad de vida y otros valores. Entonces la discusión de fondo es sobre el objetivo de la economía. En un modelo neoliberal las personas sirven a la economía. En el modelo del limitarianismo o la EB, es la economía la que está al servicio de las personas. Estos planteamientos han llegado a los Estados Unidos, donde el grupo de «millonarios patrióticos» y su líder, la heredera de Disney, plantea que deben pagar más impuestos y que hay que establecer límites a esta pandemia de la desigualdad. ¿Dónde están en España estos millonarios patrióticos?