Cada partido político emplea las estrategias y tácticas que considera más pertinentes para que la gente le vote, lo cual es perfectamente comprensible en los períodos electorales. Lo que me parece menos defendible desde un punto de vista ético es que los mandamases de los partidos realicen fichajes de personajes conocidos, abandonando en la cuneta a los militantes de base que llevan años dejándose la piel por el partido. Como es bien sabido, casi todas las formaciones políticas llevan a cabo esos cambalaches. Sin embargo, resulta meridianamente claro que es Ciudadanos el partido más enfangado en ese juego de fichar a personas relumbronas.

El fichaje más extraño, al menos para mí, fue el del señor Valls por Ciudadanos para alcalde de Barcelona. No porque proviniera del socialismo francés, sino porque me resulta insólito que pueda ser alcalde de una ciudad como Barcelona un señor que ha vivido toda su vida en Francia. El próximo día 26 de Mayo sabremos cómo reaccionan los barceloneses ante el fichaje de ese político francés. También será interesante comprobar el 28 de Abril el efecto que tiene en los votantes catalanes de Ciudadanos la huida hacia el parlamento español de la persona que obtuvo el mayor número de votos en las anteriores elecciones autonómicas (la señora Arrimadas), justo en el momento en que es más necesaria que nunca su presencia en el parlamento catalán. Sin embargo, el fichaje más mediático ha sido el de la señora Silvia Clemente, no tanto por su transfuguismo, sino por haber logrado ganar a su contrincante en las elecciones primarias de Castilla-León a base de colar votos fraudulentos. No cabe ninguna duda de que es buen síntoma democrático el hecho de que la comisión de garantías del partido Ciudadanos haya reconocido el fraude y que en consecuencia haya repuesto al otro candidato. Pronto veremos si también hubo tongo en Las Palmas de Gran Canaria, en Madrid, en Cantabria o en Murcia, tal y como creen los candidatos perdedores de esa fuerza política.

En realidad, el propósito de este artículo no es analizar los motivos por los que ciertos partidos políticos se dedican a fichar a personas cuyos dirigentes consideran que les pueden ser útiles para conseguir más votos, ni mucho menos reflexionar sobre las ventajas y los inconvenientes que poseen esos fichajes para los partidos que los fichan. Para eso están los politólogos y los tertulianos y tertulianas que pululan por las emisoras radiofónicas y las cadenas televisivas. Mis reflexiones solo van encaminadas a comentar la falta de ética de los dirigentes que realizan esos bochornosos enjuagues y el borreguismo de los militantes de base que permiten, e incluso aceptan con sus votos, que políticos procedentes de otros partidos, que personajes independientes, o que candidatos impuestos por los jefes supremos ocupen, de la noche a la mañana, los primeros puestos de las listas electorales.

El que una persona, bien sea tránsfuga o independiente, intente hacer carrera arrimándose a los jefazos de las formaciones políticas que considere más afines a su ideología o más fáciles para trepar, me parece comprensible, sobre todo viendo los privilegios de todo tipo que la legislación otorga a los parlamentarios y a los concejales. Lo que no me parece honesto es tratar de alcanzar la cúspide con métodos torticeros y fraudulentos como ha ocurrido en Castilla-León. Pero todavía me parece más criticable que haya dirigentes políticos que intenten encumbrar en sus partidos a personajes y a personajillos públicos recién llegados, olvidándose de la impagable labor que, sobre todo en las formaciones políticas nuevas, ha llevado a cabo la militancia de base.

Por lo que se refiere a los militantes, mi percepción es bastante contradictoria. Por una parte, me parece increíble que se dejen avasallar de ese modo sin protestar, sin tirar el carnet del partido a la basura, o que incluso den sus votos al parvenu (advenedizo). Por otra, siento una pena tremenda cuando contemplo la escasa consideración que los jefazos tienen de las bases. Por desgracia, esa nula consideración se da en todos los partidos políticos. En unos casos, porque la cúpula dirigente impone a dedo en las listas electorales a quienes considera pertinentes, sin ni siquiera dejar votar, como sucede en Vox. En otros, porque los altos jefes no respetan los resultados de las elecciones primarias y se permiten la osadía de quitar y poner a su antojo a otros candidatos, como es el caso del Partido Socialista. En las formaciones políticas más hipócritas se permite votar a las bases, pero al final quienes deciden son los burócratas del aparato, llamados eufemísticamente compromisarios, como ocurrió en el Partido Popular cuando eligieron a su presidente, o como acaba de suceder en Málaga imponiendo al periodista Pablo Montesinos como número uno de la candidatura al parlamento.

Es una anomalía ética que puedan ser legales partidos políticos que apoyan al terrorismo, o que sus estatutos y programas estén plagados de ideas y proyectos contrarios al orden constitucional. Pero no lo es menos que sean legales aquellas fuerzas políticas que no practican la democracia en la toma de decisiones tan importantes como es la designación de los candidatos para representar a sus votantes.

*Catedrático jubilado. Universidad de Zaragoza