El límite es, en sí mismo, la atracción fatal de los ludópatas. Continúan en la mesa de juego, forzando el riesgo una y otra vez, hasta que pierden todo lo que está disponible, incluso las reservas del patrimonio. Perder, para el ludópata, se convierte en el verdadero objetivo; la ensoñación imposible de ganar es sólo una coartada irrealizable. Quizá sólo un psicólogo pueda explicar el comportamiento de Carod-Rovira, un político catalán que a base de forzar sus propios límites y los de su partido,consiguió ser conseller en cap del Gobierno de la Generalitat. Si algo puede definir a Rovira es su condición de ludópata de la política. Ahora nos lo ha demostrado. Carod-Rovira no ha resistido la tentación del límite: dialogar con ETA pretendiendo que no se sabría. Su ludopatía le ha llevado a engañar al president , ocultando unos actos que han sido funestos para todos. Maragall ha reaccionado de la única manera posible. Tratar de gobernar con Carod-Rovira era tener las espaldas al descubierto, con el riesgo de que, ante la próxima partida, el líder de Esquerra Republicana hubiera vuelto a robar la cartera de Maragall, la de todos los catalanes que confiaron en él y la de todos los ciudadanos que quieren un cambio en España.