La figura de María de Molina ha inspirado la última novela de Almudena de Arteaga. Una escritora sólida, de creciente prestigio, que conoció pronto el éxito editorial, gracias a su muy difundida Princesa de Eboli , que ha alcanzado ya la friolera de veintidós ediciones.

Otras heroínas y mujeres relevantes de nuestro pasado histórico han merecido con anterioridad la atención de la autora: Catalina de Aragón, Eugenia de Montijo, Juana la Beltraneja y, por supuesto, Isabel la Católica.

La vida de María de Molina reúne ciertamente todos los ingredientes para hacerla novelable y atractiva al gran público. Mujer de recio carácter y fuerte personalidad, sufrió múltiples penalidades desde que, siendo muy joven, decidiera casarse con su sobrino Sancho IV de Castilla, enlace que no sería bien visto por Alfonso X El Sabio ni por el reticente papado, que puso el veto a la dispensa en razón a la consanguinidad de los lazos de los contrayentes. La muerte de Sancho, después de trece años en común, y once de reinado compartido, obligó a María de Molina a sumergirse en toda clase de intrigas y pactos políticos con los Infantes De la Cerda, aspirantes al trono de Castilla; con el rey de Aragón, Jaime II; con el rey de Portugal, Dionis; o con los reyes moros de Al-Andalus, Abu Yussuf y Abu Yacub. Mientras ganaba tiempo, desde la regencia, a la espera de encontrar la oportunidad para coronar al único hijo varón que sobreviviría de los cinco que tuvo, el futuro Fernando IV, aguantó al pie del cañón, o de la muralla, la inestabilidad que recorría de arriba abajo los territorios del antiguo reino de Hispania.

Primo de María de Molina fue el rey Alfonso X El Sabio, a quien la autora, Almudena de Arteaga, describe en su palacio de la siguiente y colorida manera: "Postrado boca arriba en una litera observaba ensimismado las estrellas del firmamento. Sus largos dedos se aferraban a un astrolabio. Estaba intentando encontrar una estrella perdida. De vez en cuando se incorporaba para tomar notas en un libro abierto sobre un atril, e intercambiaba el astrolabio por noctubio, calamita, cuadrante o una esfera armilar".

En 1284, a la muerte de Alfonso, María y Sancho habían celebrado su funeral al mismo tiempo que su propia coronación, en una escena extraordinaria, que la propia María de Molina, en su voz narrativa, expresa así: "Al salir de la penumbra catedralicia, ungidos por los santos óleos por la gracia de Dios como Reyes de Castilla, León, Galicia, Sevilla, Córdoba, Murcia, Jaén, el Algarve, la claridad del sol me cegó".

El libro, narrado con pulso, con elegancia y precisión, y con un homenaje, en forma de citas capitulares, a nuestros excelsos autores medievales, Gonzalo de Berceo, el Arcipreste de Hita, Garcilaso de la Vega, el propio Alfonso X, incluye un elenco de personajes históricos a cual más atractivo: desde el judío Abraham Barlichón, recaudador real, a las dos Constanzas, la infanta de Portugal y reina de Castilla, y la infanta Aragón. O la más querida dueña de María de Molina, doña María Fernández de Coronel, que siempre la sirvió con fidelidad, y que se casaría con Alonso Pérez de Guzmán, El Bueno. Un fresco histórico bien novelado.

*Escritor y periodista