Los atentados de Madrid han provocado también, además de su macabro balance de sangre, una enorme fractura entre el gobierno y distintos medios de comunicación. Los recientes ataques de José María Aznar y de Angel Acebes, llamando manipuladores y mentirosos a distintos grupos de comunicación, y de paso a los socialistas, sólo han contribuido a recrudecer un clima que comenzó a crisparse desde el mismo momento en que se emprendieron las investigaciones policiales del 11-M.

La sociedad española, sacudida por la brutal matanza perpetrada por una de las células durmientes del terrorismo islámico, en venganza por nuestra participación en el conflicto iraquí, ha debido soportar, además, estas tensiones subsidiarias, afloradas con toda crudeza, con nombres y apellidos, con acusaciones mutuas, sobre el abierto y pluridimensional tablero de la opinión pública. Como resultado de todo ello, algunas de las estructuras fundamentales del país se han visto afectadas en distinta medida.

No así, pienso, la credibilidad de la prensa. El poder olvida con demasiada frecuencia que los medios no tienen como primera misión la promoción de la verdad, sino la exposición de los hechos. En lógica consecuencia a este postulado capital, las ediciones posteriores a la comisión de atentados y los noticiarios radiofónicos y de TV comenzaron a incluir, en sus informaciones, dudas y datos que desmentían en parte la supuesta participación de ETA, apuntando hacia la organización criminal Al Qaeda.

De la misma manera, con la misma rapidez y profesionalidad, actuó la prensa extranjera, cuyos corresponsales en España tuvieron que soportar presiones de Moncloa.

Y sería la prensa internacional, a la vista de las características del explosivo, los detonadores, la cinta con versos coránicos y, en general, el modus operandi del atentado, la primera en descartar por completo la responsabilidad del terrorismo vasco. Las invectivas del PP, curiosamente, no se han dirigido contra los grandes rotativos europeos o las cadenas americanas de TV, sino contra los grupos de comunicación españoles más o menos desafectos a su política. Una contradicción más, y no pequeña, en el carnaval de despropósitos al que hemos asistido desde la trágica explosión de las mochilas-bombas.

El conjunto de las españoles, a través de su derecho al voto, expresó con rotunda nitidez la credibilidad que le había merecido el gobierno en las cuarenta y ocho horas posteriores a la masacre. Muchos españoles, al alterar el sentido de su voto, decidieron censurar al gabinete de Aznar por sus vacilaciones a la hora de atribuir la autoría, y por lo que esa actitud podía ocultar de electoralista interés.

La Policía, que en un principio sufrió asimismo las críticas, ha reaccionado con celeridad, procediendo a la detención de los principales inculpados, y despejando cualquier sombra de duda sobre la mano que estaba detrás del 11-M.

Peor papel ha correspondido a los servicios de Inteligencia, que no previeron la gravedad de las amenazas contra España por parte del integrismo radical islámico, achacando sus carencias a la escasa cooperación internacional.

*Escritor y periodista