Hubo un tiempo, allá por la prehistoria de la transición, en que ser ministro equivalía a serlo todo. Pero hoy, en la sociedad del Gran Hermano, el tratamiento de excelentísimo no vale ni para colarse en la fila del paro. Si no, que se lo pregunten a Alvarez Cascos, que suma unos meses lampando a ver donde da el palo.

Aquellos próceres de UCD, sin ir más lejos, tocaron el cielo de su ambición en los gabinetes de Adolfo Suárez, y después, cuando el partido se pinchó como una burbuja de jabón, regresaron discretamente a sus bufetes, a sus empresas, a seguir en lo suyo, pues tenían carrera y oficio, y un lugar donde recibir. Después, ya en tono, salvo la élite, más sectario, y en tantos casos con formación de cuadros, vinieron los ministros sociatas, dispuestos a comerse la Administración. Felipe, que mandaba mucho, los ponía y quitaba a su antojo, pero, paternalmente, cuidó que a la mayoría no le faltase el sostén. Así, los compañeros caídos en desgracia caían de pie en las empresas públicas de nuevo cuño, donde aprendieron a disfrutar de los privilegios del empresario privado, del banquero, del aristócrata. El sonido de sus pasos sobre la moqueta del despacho oficial seguía siendo más grato que la sirena de la fábrica. Los más leídos en cuentas --Solchaga, Boyer-- hallaron acomodo en los grandes trusts , en calidad de consejeros áulicos o reputados miembros de selectos consejos de administración. Otros, sin embargo, como el pobre y digno Barrionuevo, no tuvieron más remedio que regresar a su oscura oficina original, al sueldo base y la atención al público. Pero ninguno dejó de ingresar.

Y llegamos, finalmente, a los disponibles del Partido Popular, que están, en efecto, a verlas venir. Muchos de ellos, después de haber manejado a su antojo los números del Estado, sus privilegios y dietas, y de haber tocado un poder casi omnímodo, daban por supuesto que su vestuario y fama, los amigos de los medios y la nómina de estómagos agradecidos se aliarían de manera natural para gestionarles una salida estelar, un puente de plata hacia la privada, pero, para su sorpresa u horror, no ha sido así. Ocurre de pronto, en esta España acelerada y competitiva de creativos y salarios basura, que ni estos caballeros o damas, ni sus altas pretensiones económicas y laborales, tienen sitio en la realidad. Ocurre, en consecuencia, que muchos de ellos, los que había saltado sin red al trapecio de la política, carecen de salvaguarda económica, de ofertas, de expectativas de parné.

¿Cómo ha podido suceder esto? ¿Cuál es la razón de semejante deterioro o descrédito? La revista Tiempo , que ha reporteado el tema, lo achaca al hecho de que los políticos profesionales han dejado de interesar profesionalmente. Las grandes empresas desconfían de sus vicios adquiridos, y no consideran que su experiencia merezca su integración en puestos que exigen una especialización superior o distinta. Así, no hay para Mariscal de Gante, Matilde Fernández o Romay Beccaría, entre otros muchos ejemplos, otro recurso que volver a la Administración. ¿Patético? Simplemente, verídico.

*Escritor y periodista