Vienen los ministros en viaje promocional. Vienen los ministros a tocar palmas y a rasguear el guitarrón. Vienen los ministros como viajantes sin cartera. Vienen como vendedores de elixires, ay, pero se han olvidado la cartera. La cartera y los donuts, amiguitos, porque de los temas, ay, de la inmensa lista de temas pendientes, históricamente irresolubles, ninguno dice nada. Hay un cierto grado de desfachatez y prepotencia en estos viajes circenses, promocionales. Ni siquiera regalan llaveros, bolígrafos o chucherías. Más harían trabajando en sus despachos discretamente, más adelantaríamos sin en vez de estos viajes fantasmagóricos pasaran sus mañanas echando alguna firma a los cientos de kilómetros parcheados, a los desdoblamientos de la muerte, a las trasferencias fraudulentas, a los hectómetros hinchados, Más harían si hicieran algo. Más les valdría no gallear tanto con sus séquitos de abrigos sobre los hombros, más les valdría mirar las cuentas del agua desperdiciada, del agua regalada bajo mano, al cuñadeo genealógico. Vienen y ya ni prometer saben. Vienen como señores feudales a recoger el diezmo de votos que les va dando mansamente el bombardeo del telediario, sin atenerse a los hechos, a los baches casi geológicos, a las ambulancias con doscientos mil kilómetros que han de recorrer cien para atender a dos pacientes. Vienen con medio folio para leer en el coche y soltarlo sobre la marcha, dicen cuatro párrafos y en vez de echar algo objetivo, algo presupuestado, una fábrica de helicóperos, una gestión de verdad con Francia para los trenes, algo, en vez de eso, culpan al gobierno regional, que aún no sabe cómo va a pagar la factura de la luz del mes que viene, ni todos los aumentos de las trasferencias sin fondos.

La verdad es que con estas visitas tan frívolas, tan poco sustanciosas, tan de marketing barato, dan ganas de comprarse un póster de Carod. Al menos, el nivel de cachondeo e irrisión, el desprecio de los mandamases remotos que nunca aflojan la pasta, que sólo quieren llevarse descaradamente y sin argumentos ni discusión posible el recurso del agua, al menos esos niveles de desprecio estarían en otra cota.

Nos lo hemos ganado a pulso, durante todas las elecciones desde que existen. La docilidad extrema se paga en carreteras. Y encima, a poner la cama.

*Periodista y escritor