En 2011 el panorama económico y sus consecuencias sociales pintaba negro. El PP se ofreció a ser el artista de nuevos trazos que devolviera el colorido primero a las cuentas y, como consecuencia, a las mejoras sociales. El mensaje de haber vivido por encima de nuestras posibilidades, promoviendo el pesimismo-realismo como terapia de digestión para justificar los recortes que se avecinaban se convirtió en doctrina.Tres años de hachazos al sistema protector han permitido alguna mejora macroeconómica que apenas ha repercutido en la tasa de paro (del 25% al 24,2%), auténtico peso muerto que arrastra hacia el fondo cualquier balance. Así pues, para la calle las cosas no han cambiado significativamente. La entrada en año electoral, sin embargo, exige cambiar el discurso. Ahora, dice el Gobierno, hay que ser optimista y qué mejor que unos presupuestos que lo reflejen, con rebaja de impuestos a quienes justo les va para acabar el mes, como si eso fuera a tener un reflejo en el incremento del consumo y vía impuestos --indirectos-- aumentar los ingresos. Vuelve la lechera con sus cuentos. En alguna parte del estadillo, se reconoce que habrá que destinar un 12% más que este año al pago de los intereses de la deuda y eso con la prima de riesgo por los suelos y la maquineta del euro imprimiendo a todo meter. Curiosamente, el gasto en prestaciones por desempleo se reduce casi un 15%; no porque haya menos parados sino porque cada día hay más sin subsidio. Pero ahora, el afán está en trabajar pensando en las urnas. Periodista