En ocasiones cuesta dar crédito a las argumentaciones empleadas para defender una postura. En ocasiones, un brutal cinismo se desliza por el lenguaje, intentando cubrir con juegos de palabras una realidad sangrante. Y, en este caso, lo de sangrante no tiene carácter metafórico. Escuchar hace unos días al ministro Borrell defender la venta de bombas a Arabia Saudí bajo la argumentación de que eran de una extrema precisión y eso les impide fallar el blanco creo que es uno de los ejercicios de cinismo político más brutales que recuerdo.

Hace unas semanas, Arabia Saudí hacía saltar por los aires un autobús escolar yemení, provocando la muerte de decenas de niños. La población civil de Yemen sufre constantemente los devastadores ataques del ejército saudí, en el marco de un conflicto que la ONU describe como el más sangriento de la actualidad, más incluso que el de Siria. Desde luego, hacen falta muy pocos esfuerzos para desmentir las afirmaciones del Gobierno español sobre las bombas-láser, no sobre su precisión, que probablemente esté acreditada -cada vez, desde luego, sabemos matar mejor-, sino sobre los objetivos que con ellas se alcancen. Porque cuando colocas armas en manos de un régimen criminal no tienes ninguna garantía de cuáles sean los objetivos seleccionados. ¿Acaso Borrell es tan incauto que piensa que los saudíes eligen solo objetivos estrictamente militares y que las víctimas civiles son daños colaterales? Él no es un incauto, pero debe de pensar que los demás somos tontos.

Es evidente que el gobierno español se ha guiado, en este caso, por dos consideraciones. La primera, de carácter económico: no tomar una decisión que pudiera poner en peligro las relaciones comerciales con los saudíes y que incidiera negativamente en la economía y el empleo de España. Ante esta cuestión, una reflexión se impone: no todo vale para mantener puestos de trabajo. Si un trabajo tiene como consecuencia el asesinato de inocentes es un trabajo sucio, que debería ser denunciado, en primer lugar, por los propios trabajadores, si fueran capaces de mirar un poco más allá de sus intereses personales. La industria militar solo debiera trabajar con países que respeten escrupulosamente los derechos humanos. La segunda consideración es de carácter político. Por desgracia, los vínculos de nuestra obsoleta monarquía con la tiranía saudí no son un secreto para nadie. Tanto el actual rey como el anterior mantienen unos vínculos muy estrechos con la familia real saudí y han intercedido ante ella en numerosos asuntos económicos, algunos de los cuales han levantado sospechas últimamente.

En todo caso, resulta triste comprobar el ínfimo nivel ético de la diplomacia española, representada por Borrell, dispuesta a plegarse los intereses de una de las tiranías más reprobables del planeta. No es eso lo que esperábamos del Gobierno de Pedro Sánchez.

Aprovecho estas líneas finales para despedirme de los lectores. Este es mi último artículo en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, tras casi diez años de colaboración continuada. Ha sido una magnífica experiencia que me ha permitido trasladar mi visión de la actualidad al público y comprobar las reacciones de mis lectores. Agradezco a todos aquellos y aquellas que se han tomado la molestia de leerme, porque el solo hecho de hacerlo, más allá, en algunos casos, de profundísimas discrepancias, supone un reconocimiento. Les echaré de menos. Agradezco al equipo de EL PERIÓDICO estos años de colaboración y quiero decir que ha sido una verdadera satisfacción ver mis artículos ilustrados por la maravillosa pluma de Postigo, todo un privilegio. Así que solo me queda desearles a todos ustedes un venturoso futuro en el que gocemos de salud y, déjenme un último guiño, que hasta el rabo todo es toro, república. H *Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza