Las últimas y desafortunadas declaraciones de José María Aznar en la Universidad norteamericana de Georgetown, y la posterior crítica de George Bush al Gobierno español, acusando a Zapatero, en román paladino, de irresponsabilidad y cobardía por su abandono del frente iraquí, han contribuido a difundir una bananera imagen de nuestro país.

De los muchos disparates que un profundamente inculto y maniqueo Aznar emitió en el selecto foro de Georgetown, quizá el peor de todos fue su insulto a los árabes, a los que englobó bajo el despectivo sustantivo de "moros". Cualquiera que haya visitado, por ejemplo, Marruecos, sabe que ésta es la peor ofensa que se puede dirigir a sus habitantes. No sé si Aznar coincide con la tesis de Casimiro García-Abadillo, quien ha venido solapadamente a atribuir a la monarquía alauí la maquinación de los atentados del 11-M en Madrid, pero en cualquier caso su conferencia norteamericana destiló tal desprecio y rencor hacia el mundo árabe, hacia "los moros" que nuestro actual ministro de Exteriores, Moratinos, tendrá que hilar fino para que la ofensa se olvide o pase por alto.

Tal como ya le sucedió, en una larga y agónica primera fase, a Felipe González, Aznar, como adicto a la política que es, se resiste a desengancharse del poder. Ha sido él, naturalmente, quien ha forzado su nombramiento como presidente de honor del partido, cargo que le facultará de hecho como futuro ideólogo del PP, así como para marcar de cerca al débil Rajoy y seguir tejiendo a la sombra sus personales intrigas, manteniendo sus fidelidades y débitos a la espera de ser llamado de nuevo para acogotar a la nación con su puñito de hierro.

Mientras tanto, el despecho de Aznar está machacando a los suyos. Por culpa de su mezquina actitud, y de la pérdida del poder, la unidad del partido conservador corre serio peligro. Unos pocos meses, desde el 14-M, han bastado para que la derecha se muestre dividida en banderías y clanes, congregándose alrededor de un zoco alborotado por inconfesables intereses. Galicia es sólo la punta del iceberg de una situación caótica que también en Aragón, si bien de puertas adentro, depara, a medida que se acercan las celebraciones congresuales, una creciente tensión.

La división de los populares aragoneses, con focos de descontento en las provincias de Zaragoza y Teruel, es un secreto a voces. El moro Pepe Atarés, un político maltratado por la dirección de Génova, no esconde su malestar, ni las reacciones al ninguneo de que ha sido objeto, indistintamente, como presidente provincial o alcalde de Zaragoza. En respuesta a su marginación, los tres concejales cristianos de la oposición municipal han sido apartados de la órbita rectora del grupo popular en el Ayuntamiento zaragozano; entre ellos, el radical adversario de Atarés, y posible sucesor suyo, Domingo Buesa, cuya cardenalicia designación ha concitado la ira de los jabalíes . Las relaciones personales se ahogan en una atmósfera irrespirable.

La Tizona de Aznar como problema, desde luego. ¿También, el turbante de Atarés?

*Escritor y periodista