Recuerdo tu risa y tu forma de sufrir y tu forma de decirme que todo va a ir bien y si tú me lo dices, yo lo creo y junto a ti la ciudad, que es nuestra, es estrecha y hermosa y llena de nosotras. Recuerdo lo mucho que me quieres y lo mucho que no me soportas en mis momentos de niña terrible e incluso insoportable. Recuerdo tu olor y el amanecer en tus brazos y recuerdo fotos en blanco y negro donde sonríes y pareces feliz. Eres feliz. Y si no lo recuerdo, me lo invento.

Recuerdo la pena y el saber que mañana era un día para borrar, porque siempre hay días para el destierro, aunque de eso ya no me acuerde, porque a veces simplemente es mejor olvidar. Recuerdo tu viento y tu risa y tu pelo y tus ganas de hacerme libre y eso no lo quiero olvidar. Como no voy a olvidar tus pies y los míos junto a la orilla del mar y todo o casi todo nos daba igual. Éramos felices. ¡Tan felices!

Recuerdo todo lo que me enseñaste y nadie aprende, quizá yo tampoco, y recordando, recuerdo el daño que a veces sin querer nos hacemos en silencio.

Recuerdo tus ganas de ser y de hacerme persona y recuerdo esos besos primeros llenos de paz y de dibujos de viento que hicieron de Teruel mi primera patria y que tú y yo definíamos y tocábamos en telas de fieltro. Los sigo viendo volar en mi infancia alrededor de tu abrazo y de tus palabras de paz y sosiego, que siempre las tengo y mantengo en mi corazón.

Recuerdo cuando me preguntabas por primeros amores y no te gustaban. ¿Cómo te iban a gustar? Yo tenía 16 años y tú eras mi madre. Y de aquellos chicos, cuánto te reías, y a mí me gustaba que sin entenderme, me comprendieras. Eso me hacía inmensamente feliz, porque sabía que de alguna forma me querías, aunque nada supieras de Lobo Lopez, ni de lo que pasaba por nuestras mentes o nuestros cuerpos o nuestras almas de niñas querids.

Recuerdo cuando te hice daño con mi silencio, que en ocasiones era profundamente perverso, y eso, a día de hoy, me sigue perturbando. No sé por qué lo hice, mamá. La maldita y estúpida adolescencia. O la rabia de tenerlo todo y no entender nada.

Recuerdo cuando no dormiste y pensaste que había muerto en las orillas del río Ebro.

Recuerdo tanto amor, que hoy todavía lloro.

Recuerdo que te quiero y eso no lo voy a olvidar. Sin ti simplemente mi vida no tendría sentido.

A punto de llegar a un nuevo 8 de marzo solo quiero que esta carta llegue a todas las hijas de esas madres que como la mía lucharon por nuestra libertad.

Recordar para no olvidar.