Nos encontramos envueltos en un estado en el que el miedo ha entrado en la vida de muchos ciudadanos. El factor sorpresa ha sido un determinante para situarnos en un shock del que costará mucho salir. Esta situación, salvando las diferencias, me recuerda el fatídico 11 de septiembre de aquel 2001 cuando tomamos conciencia de la vulnerabilidad de nuestro bienestar, aunque éste tuviera sus matices a nivel mundial, aquel día el terror se posicionó para condicionar, de manera permanente, nuestras vidas. Desde entonces la alerta se mantiene, la guardia no se baja, incluso en estos momentos en el que el mundo se encuentra inmerso en atacar a otro enemigo que no se ve, pero mata silenciosamente.

El concepto de miedo, la sensación de temor es algo inherente al ser humano, aunque a veces cuesta gestionarlo emocionalmente, no suele ser algo negativo, siempre que no esté inducido por una patología, es un mecanismo que nos hace tomar conciencia de realidades, sin embargo, siendo que es un sentimiento útil porque estimula la prudencia hacia el instinto de supervivencia, en algunos casos podemos sufrir una especie de parálisis funcional o nos puede llevar a comportamientos irracionales, como les pasó a los normandos en las aventuras de Asterix y Obelix cuando quisieron apoderarse del miedo creyendo que si lo poseían podrían volar y, los muy incautos, para probar sus inexistentes alas se precipitaron por uno de los acantilados bretones. La escena es grandiosa. Una parodia que me lleva a ciertas similitudes que se producen actualmente para protegernos de este virus trompetero que nos tiene acogotados.

Las mascarillas son un ejemplo, la difusión de sus características de protección se ha hecho viral (ad hoc). La masiva utilización dentro de sus múltiples maneras de usarlas, significa, salvo en los lugares y casos imprescindibles, una simple simulación; su uso está llevando a situaciones que rozan la parodia normanda, como: ponérsela para correr, en el coche con tu cónyuge, en la frente o la opción de la pantalla facial abierta sin más para servir en los supermercados la carne o el pescado. Son medidas que actúan como mero efecto sicológico y, en parte, es debido al temor, al pavor que, cada día, desde las autoridades gubernamentales nos inducen a su uso por no poder o no saber transmitir la suficiente confianza.

Gobernar en el miedo con ministros primerizos, es como ahondar en la selva venezolana con un pijo de Lacoste: todo es posible, incluso la imprudencia, la desorientación de caminos y, como consecuencia, los errores.

Trabajar en consenso la proporcionalidad directa, en un momento tan importante como éste, es escuchar a todos, es activar el sentido común, es contar con bases informativas de profesionales para que puedan orientar en cuestiones específicas, como sería la vuelta al colegio en septiembre; dividir a los alumnos en casa y en el aula, como propone el Gobierno, es insostenible, es andar perdidos. Antes de lanzar la propuesta es imprescindible hablar con la comunidad educativa. Hay que reunirse con los trabajadores que están a pie de obra y optar por una solución operativa y eficaz. De esta manera quizá podamos avanzar, en general, con mayor seguridad.

*Pintora y profesora