Quince años de crisis en la factoría de Nissan en la Zona Franca, desde que en el 2006 la apertura de una nueva planta en Tánger se llevara parte de la producción. El inicio de la deslocalización que tuvo su penúltimo episodio en el 2019, con la salida negociada de 600 trabajadores y un plan industrial del Gobierno y la Generalitat que preveía ayudas por 100 millones para dotar de un modelo eléctrico a la planta y asegurar su continuidad.

Ninguno de los dos esfuerzos ha servido para frenar el definitivo cierre de la fábrica. Más de 179 millones de euros en ayudas públicas desde el año 2009 para conservar los actuales 3.000 empleos directos, que la multinacional aceptó y ahora en medio de su revolución interna desprecia.

El reparto geoestratégico de la alianza Renault--Nissan--Mitsubishi que deja a Nissan como la marca de referencia en el mercado norteamericano y asiático, con mayor demanda, y a Renault en Europa, entre otras, ha jugado a la contra en el enésimo envite por la supervivencia de una planta que ya solo estaba al 39% de la capacidad productiva. Sus crisis en nuestro país se enmascaran dentro de crisis mundiales, lo hizo en el 2008 con la caída de Lehman Brothers y, ahora, en medio de la crisis sanitaria plantea una reestructuración para centrarse en Asia.

Llevamos más de quince años en esta dinámica de amenazas de cierre con demandas de ayudas públicas, promesas de inversión en I+D+i, restructuraciones que asegurarían la viabilidad, y nada de eso. Ayer, los trabajadores decían sentirse engañados y manipulados con las falsas esperanzas de la empresa. Es la eterna lucha de David contra Goliat, mientras seguimos con nuestras perspectivas antiglobalizadoras y apuestas por nacionalizaciones en sectores estratégicos tan inviables como las primeras.

Las declaraciones de una concejala barcelonesa, en un debate sobre las bicicletas en la movilidad urbana, apostando por evitar que tras el covid-19 se vuelva a reactivar el sector automovilístico y por su reconversión en un modelo sostenible, además de inoportunas se revelan tremendamente ingenuas. Se necesita más que utopías en la gestión diaria, más estabilidad que la que ha tenido este país con cuatro elecciones generales en cuatro años y con un estallido independentista. No sé si el plan francés de apoyo al sector del automóvil centrado en el vehículo eléctrico, con ayudas de 8.000 millones de euros, es más de lo mismo y seguimos en el error de financiar al mercado, pero por lo menos es un intento.