El doctor Fernando Simón llegó a nuestras vidas sin avisar. Ni un cartel electoral, ni un anuncio de fragancias, ni una tertulia de 'prime time'. Es la persona que más reconocemos pero poco sabemos de él. Es capaz de inspirar tatuajes en los lugares más inconfesables o completar un muro de arte urbano con su rostro. Pero también suscita una crítica voraz por su gestión negligente de la pandemia.

Su 'curriculum' profesional resulta ser --casi-- intachable. Los seis idiomas que maneja no son suficientes como para detallar la multitud de trabajos que ha desarrollado por medio mundo. Solo de imaginar su labor tratando la tuberculosis en el Mozambique de finales de los 90 merece un sincero agradecimiento.

Pero no lo es todo. Su protagonismo en los últimos meses como el gestor --y portavoz-- de las medidas que implantaba el Gobierno de España por la pandemia le ha colocado en la picota pública como pocos.

Es por eso que la intención de nombrar, por parte de Zaragoza en Común, como Hijo predilecto de Zaragoza a Fernando Simón es embadurnarse en la crispación política que tanto sobra.

Tiene excelsos requisitos por su trayectoria profesional, cierto. Pero hasta que le tocó gestionar una pandemia que ha castigado al país como casi ninguno.

Su gestión de la situación sanitaria en España es, como mínimo, criticable. El gran número de incongruencias, mentiras o desaciertos que ha tenido son más que suficientes. En otro país con un talante más autocrítico, Fernando Simón debería haber sido cesado por el Gobierno o incluso haber renunciado en coherencia con su trayectoria tras la caótica gestión de la primera ola.

Su otro perfil, el más personal, compete estrictamente a la crítica de las percepciones, pero no deja de chirriar. Es dicharachero, ocurrente o bromista cuando la situación no lo demanda. No necesitamos a un sepulturero, pero sí cierto carácter de solemnidad en el drama que vivimos.

Estamos en el peor momento de nuestra historia reciente como para que contemplemos al principal gestor de la pandemia en un programa de televisión con Jesús Calleja. En una situación de emergencia, o en casi una guerra como apelaba el Gobierno en el inicio, no se está para esto.

El portavoz con traje de héroe para la mitad de España resulta ser idóneo para ser Hijo predilecto en plena pandemia. Lo justo sería que hagan una consulta a los sanitarios, los que serán Medalla de Oro de la ciudad, y ya verán qué opinan.