¿Qué es la vida humana? La vida va siendo, es lo que hacemos y lo que nos pasa. Es la flor que se abre y la herida que nos duele. Crece como la siembra y se pudre cuando sólo se entierra. Es una pregunta abierta, y queda en nada cuando se cierra. Es como una bandera alzada cuando tremola y como un pañuelo cuando uno piensa que la tiene ya bien guardada en su bolsillo. Nada que ver con una pregunta retórica: no es preguntar por preguntar, no es una pose, una posición y menos una propiedad privada. Es la pregunta necesaria. Es saber y no saber y, por tanto, preguntar a sabiendas: responsablemente. Es el problema que somos y nos concierne, en el que nos va la existencia: la vida humana . La verdad de la vida es la que se busca, y la pregunta su anticipo: el sentido. Si esta es el camino, aquella es la casa. Que no hay lo uno sin lo otro; ni casa sin puerta, ni camino sin casa.

La vida es el niño que nace y la fuente que mana, es el dolor y el sudor, el paso y el peso, la esperanza y la paciencia, la carga y el encargo. El trabajo y el ocio creativo, la fiesta y lo nefasto. Es el otro que reclama asistencia y quien la ofrece. Es el compañero y, a veces, competidor y hasta puede que adversario. Es lo bueno y lo malo, y nada que lo sea en absoluto. Vivir humanamente es vivir aquí, en cada situación y salir adelante en este mundo mediocre donde los extremos se tocan y a veces se confunden.

Vivir humanamente es compartir el pan y la vianda, la palabra y la convivencia. Nada que pueda hacerse como individuo, como uno de tantos de la misma especie. Como animales que gruñen a la vez pero sólo cada uno por su pienso. Sino como iguales en dignidad y diferente, irrepetible, cada quien como persona en todo caso.

Vivir humanamente es vivir en camino hacia los otros y ,con los otros, hacia el Otro de todos si lo hay para nosotros que nunca se sabe. Es creer. No saber hacer cualquier cosa, que eso es poder y lo que puede la ciencia ya se sabe; sino comprender acaso y adivinar sabiendo - probando hasta saber cómo sabe la vida. El sabor del saber, guste o no guste, es lo que importa para creer e incluso para no creer, que son la cara y la cruz de la misma moneda. Creyentes y no creyentes o ateos, ya den la cara o la espalda, toman en serio su vida. Solo los indiferentes que preguntan por preguntar están al margen de la vida - como Vicente que va donde va la gente - o de la vida que se hace siempre personalmente o se deja por hacer al margen de cualquier modo.

En una sociedad de eventos y figurantes donde se consume la historia que no se hace, donde hasta la sábana santa de Jesús se guarda como una reliquia, y donde se arría la pregunta que somos y sirve a lo más para sonarnos como un pañuelo, lo que urge es la presencia y no las representaciones que no van a ninguna parte. Es ponerse en camino, no sentar plaza y sentar el cuerpo para ver lo que se ofrece sin ir a ninguna parte.

Mantener en alto la pregunta no es volver a las andadas, a un pasado de intolerancia entre fanatismos irreconciliables que estén a matar. Es caminar hacia delante, abiertos en la pregunta y por la pegunta que somos, ampliando el horizonte, alargando la vista y con con los ojos abiertos para que se haga la luz. Sin cera en los oídos ni tapones, sin prejuicios en la mente que no dejan escuchar. Responsablemente, sinceramente. Y sin pelos en la lengua que no nos dejen hablar. Francamente y sin fronteras. Que hablando se entienden las personas. Pero no predicando, sino con los pies en tierra y la pregunta… en el aire que respiramos. Que ese es el espíritu que sopla dondequiera y que buena falta nos hace.

*Filósofo