A mado Aibar, vecino de Magallón, de 91 años, aportaba en las páginas de este diario una clave desconocida en la vida de Fernando Lázaro Carreter: "Cuando nació Fernando su abuela le llevó a cortarle las uñas debajo de una noguera, porque decía que eso daba suerte. Y sí que se la dio" . El rito del primer corte de uñas no es nuevo. Recuerdo que una vez, en una edición del ciclo flamenco que se desarrollaba en el Teatro Principal, acudió al camerino una madre gitana con su bebé. Tijeras en mano, la mujer pidió al maestro que cortara las uñas del pequeño para atraer la buena suerte. Desconozco la vida que ha llevado el niño calé, pero en el caso de Lázaro Carreter el asunto funcionó de maravilla.

Ahora que el filólogo ya no está, habría que declarar el nogal de Magallón como Bien de Interés Cultural. Los árboles tienen su magia, su buena sombra, desprenden efluvios beneficiosos como bien se sabe en muchos pueblos.

El nogal siempre prefiere suelos profundos, frescos y ricos en sustancias nutritivas. Eso es lo que he leído en una de esas guía de medio ambiente que están ahora tan de moda. "El nogal es sensible a los fríos invernales y a las heladas tardías. Tiene profundas raíces". Un tipo de árbol perfecto que imprimió carácter a un maestro que supo llegar a la profundidad y marcó caminos como un árbol señala espacios. Lázaro Carreter se hubiese desesperado con ciertas licencias mitineras que se escuchan estos días, con las sonoras bofetadas al lenguaje en diferentes medios de comunicación. En un programa infantil escuché cómo la presentadora aludía a los ñomos en lugar de a los gnomos . "¿Qué dice?", me preguntó mi hijo en el sofá. "Ñada, no te preocupes" , le contesté. Con la misma piedra he visto tropezar a ciertos políticos aragoneses cuando aluden al Piñateli , así con ñ y l .

Uno de los seguidores del filólogo aragonés confesaba haber sentido la muerte de Fernando Lázaro Carreter como si le hubiesen clavado un dardo en el corazón. Los que trabajamos con las palabras vamos a echar de menos sus broncas. El autor nos daba, al mismo tiempo seguridad e inseguridad para aprender y cuidar de un material tan frágil. Fue un divulgador, un hombre enamorado del idioma, que tuvo buena mano con nuestra lengua, quizá porque su abuela le cortó las uñas bajo un nogal hace ahora ochenta años.