Este obligado aislamiento sin encuentros, sin abrazos, nos posiciona en una especie de letargo dentro de una enramada resistencia difícil de llevar. En los momentos de ensueño nos llegan recuerdos que andaban en el desván de la memoria, fragmentos que se disparan en nostalgias y se elevan a valores extraordinarios, como si todo fuera posible hacer y emprender, también nos hace reflexionar sobre lo que anhelamos. Si se toma como referente en un sentido de positividad se abren pequeñas puertas de aliento que nos pueden servir para no caer en la melancolía. La nostalgia puede servir para percibir una visión más esperanzadora, pero siempre y cuando no permanezcamos en ella. Se trata de superar el presente para recuperar lo que añoramos. Estamos inmersos en la monotemática de la covid-19 -es como una riada que, aunque salga el sol, las aguas permanecen pegadas en las paredes- las conversaciones se manifiestan en la pérdida de un año en nuestras vidas, lo que no hemos podido hacer lo dejamos en modo Unamuno «Nunca es tarde si la dicha es buena», quizá su significado tenga sentido para aquellos que ven la luz posándose sobre el horizonte, pero habrá que contar que en un importante sector de la población esa luz se tornará crepuscular. Dada la situación, lo que crea mejor expectativa es pensar en lo que aún tenemos para seguir construyendo, para abrir perspectivas en las que posiblemente no habíamos pensado.

La nostalgia suele ser recurrente en situaciones como la que estamos, y ojear los álbumes de viajes nos aporta optimismo al percibir el sentido de libertad en las imágenes. Se recuerdan momentos, quizá algo idealizados pero también la negatividad de conocer lugares degradados por el hombre. El turismo de masas se ha convertido en moneda de cambio ambiental, esta proliferación masiva también llega a las ciudades. No sería el caso de Zaragoza, el esfuerzo por atraer a foráneos que pernocten es casi una obsesión y a la vez un milagro, por mucho empeño que pongamos en sacar a relucir a Goya , lo cierto es que la competencia con otras ciudades europeas es enorme, y eso hay que asumirlo. En uno de mis últimos viajes visité la ciudad de Copenhague, y comprobé su alto nivel ambiental, económico, cultural y social con un destacado civismo, se entiende su atractivo -cuando puedan salir no se pierdan el Louisiana Museum of Modern Art, rodeado de frondosos jardines de exhibición escultórica y pictórica asomándose al Báltico, con los autores más importantes desde el siglo XX hasta nuestros días, sin olvidar las exposiciones temporales que suelen ser sorprendentes y didácticas como la de la pintora Gabriele Münter -- Si lo que buscamos es turismo de estancia, este ha de encontrar un contexto global de interés general y eso se da en años de prosperidad económica, de inversión financiera, de potenciar el capital social de sus ciudadanos con una mayor inversión en educación, con una oferta cultural y de ocio de calidad para compartirlo también con los que vengan de fuera. Se ve casi como una utopía, pero estamos hablando de nostalgias y de realidades.