La I Semana de Novela Histórica, celebrada en el contexto de la Feria del Libro de Zaragoza, ha abierto nuevas y muy esperanzadoras expectativas de futuro para un certamen que, ciertamente, está precisado de impulso y renovación.

El hecho de que, a lo largo de los últimos días, se haya sucedido en nuestra ciudad la presencia de un elenco de reconocidos especialistas en el género, y, sobre todo, la constatación de que todos ellos hayan aplaudido sin reservas la iniciativa de la Semana, enuncian lo positivo de un balance en el que también hay que valorar el esfuerzo de las librerías y la buena respuesta del público. Un lector, por añadidura, que está encumbrando la novela histórica a la posición de máxima respuesta popular.

No puede ser casual, en efecto, que autores y autoras como Julia Navarro, Almudena de Arteaga, María Teresa Alvarez, José Infante, José Calvo Poyato, Juan Eslava Galán, José Luis Olaizola, María Pilar Giralt, Toti Fernández de Lezea, Antonio Cabanas, Fernando Martínez Laínez, Dolores García, Empar Fernández, Pablo Bonell y tantos otros que estas fechas nos han visitado, multipliquen sus tiradas por decenas de miles de ejemplares. Sin olvidar, por supuesto, a nuestros novelistas aragoneses, José Luis Corral, Magdalena Lasala, Angeles de Irisarri, Lorenzo Mediano, etcétera, que comparten con la citada nómina las mieles del éxito literario en un género que está imponiendo su atractivo, y ganando adeptos cada día que pasa.

Ese éxito, esa proyección, ese reconocimiento, se explica en base a sus cualidades literarias, pues todos las poseen, y en el amplio interés despertado por los temas elegidos.

Frente a la árida lectura, con alguna excepción, de los manuales de historia, estas novelas, amenas, detallistas, bien construidas, invitan a un aprendizaje del pasado más placentero y sencillo que el impuesto por los rigores académicos.

Sus autores, por otra parte, suelen documentarse con celo, a menudo con verdadera pasión, hasta sentirse seguros de ejercer un suficiente dominio sobre la época, el siglo o el personaje histórico que aspiran a novelar. Y, en muchos casos, llegan a dominar de tal manera los usos, costumbres y lenguajes de su período histórico que resulta casi imposible discernir dónde termina la verdad de los hechos y en qué punto comienza la fabulación.

Nadie, en una primera lectura, sospecharía, por ejemplo, que las cartas que Pepe Infante hace escribir a la reina Victoria Eugenia, o María Teresa Alvarez a Bárbara Blomberg no sean estrictamente verdaderas, rescatadas de algún archivo o legado. La psicología de Aracos, el héroe numantino de Corral, es perfectamente creíble, como lo son también los mecanismos psicológicos que Almudena de Arteaga atribuye a su María de Molina.

Ha supuesto, en fin, un privilegio, poder contar con tantos y tan dotados autores de novela histórica, muchos de los cuales aportarán su granito de arena para construir esa gran Feria del Libro con que Zaragoza sueña, y que ahora está un poco más cerca de convertirse en realidad.

*Escritor y periodista