Llevar la cuenta de las masacres de Irak y Palestina empieza a resultar imposible. Y apenas son la punta del iceberg de dolor y de odio que estamos sembrando en nombre de la democracia y de la lucha contra el terrorismo. Por extender la democracia a Irak, torturamos prisioneros y bombardeamos ciudades "rebeldes" con la misma saña y el mismo desprecio a la población civil que el dictador de quien se supone que pretendíamos "liberarlos". Como ya hicimos antes, por cierto, en Afganistán, también en nuestro afán por democratizarlo. De Afganistán a Irak, ni siquiera hemos sido capaces de aprender a distinguir un ataque enemigo de la celebración de una boda árabe. ¿O es que, de entre todos los muertos civiles, solo nos importan "los nuestros"? La última matanza que hemos consentido a Sharon ha sumado al menos otros 40 civiles muertos y más de mil nuevos refugiados. Todo esto está ocurriendo ante nuestros ojos. Y, en Palestina, además, con nuestro silencio. El grito del pequeño grupo de pacifistas israelíes que el viernes intentó llegar a Raffa ("no digas que no lo sabías") nos concierne. Cuando la historia nos pida cuentas, que lo hará, no podremos decir que no lo sabíamos.

*Periodista