En los últimos días, dejando el juicio del Supremo aparte, han brotado tantas amanitas faloides en el estercolero que cuesta decidirse por una. Me refiero a las perlas propiciadas por el 8-M: el «feminismo liberal» de Ciudadanos, el ojo maquillado con rímel de Alejandro Sanz, la frasecita del Papa Francisco («el feminismo es machismo con faldas»), la consigna suscrita por alguna voz preclara («no soy feminista, sino femenina») y las explicaciones de la CEOE sobre la brecha salarial, atribuida a «diferencias psicológicas». Pero sobre todo, sobre todo, el cartel de Pablo Iglesias con el anuncio de su regreso a la ciénaga política. Aparecía el secretario general de Podemos de espaldas, puño en alto, en una pose mesiánica, frente a un mar de mujeres en lila y bajo la leyenda vuELve, con el pronombre personal resaltado. La otra noche, Wyoming calificó el pasquín de «óleo sobre ego». Recordaba mucho el asunto al anuncio de la colonia Otelo, donde una chica guapísima salía de un coche y un macho alfa la recibía a pecho descubierto, mientras sonaba de fondo un saxo erótico y una voz en off decía: «... vuelve el hombre». El imprescindible vuelve a escena, como si la baja paternal hubiese sido un paréntesis absurdo. Es cierto que Iglesias se desmarcó enseguida. Lo que emerge es cuantísima pedagogía queda por hacer, entre los sobrevenidos al feminismo por postureo y los que pretenden convertirlo en una arma arrojadiza. Solo se pretende salvar la brecha salarial, la académica, la empresarial, la doméstica y en la misma pareja. Lo más difícil de erradicar será el Fairy mental de los resbalones. H *Periodista