Comparar el "Rodea el Congreso" de 2016 con el reciente asalto al Capitolio de Washington es como equiparar el Movimiento 15-M con la temible marcha sobre Roma de Benito Mussolini. Igualito fue, oigan. Pero la derecha española suele tener problemas para saber en qué consiste el pacifismo. Y el populismo. Y dónde termina la democracia y empieza el fascismo. Es posible que la culpa la tuviera Francisco Franco, un tipo que pasó de apoyar ciegamente a su colega Adolf Hitler a soñar con su admirado Dwight Eisenhower. A ambos, por cierto, los trató con exquisita devoción. Y así no hay quien se aclare. Quizá por eso no es extraño que los herederos del franquismo no sepan distinguir entre una protesta pacífica y una insurrección fascista.

Ciudadanos, PP y Vox han coincidido en cargar contra Unidas Podemos para referirse al increíble asalto al Capitolio en Washington. Ustedes se preguntarán, como Alfredo Landa en 'La vaquilla', qué tendrán que ver los cojones con el trigo. Pero Inés Arrimadas, Pablo Casado y Santiago Abascal necesitan señalar el populismo como una ideología difusa, sin puntos cardinales, que tiende puentes entre los extremos diestro y siniestro.

Ya es cachondo, viniendo de políticos que son tan populistas como cualquiera, pero lo importante es atacar a la izquierda española y desmarcarse a tiempo de Donald Trump, del mamarracho, como le calificó Javier Lambán. El todavía presidente de los Estados Unidos es un indeseable. Durante cuatro años ha degradado la democracia, ha causado repugnancia y vergüenza ajena. La derecha descubre ahora cómo es Trump. Enhorabuena. Pronto aprenderá cuál es la diferencia entre una manifestación no violenta y un ataque directo a la democracia.