A veces el ministro Bono es criticable por sus excesos populistas y ciertos afanes protagónicos, pero no fue en absoluto ese el caso en el feo y dramático asunto de su comparecencia en el Congreso sobre lo que ha rodeado al accidente del Yak 42, que costó la vida a 62 militares españoles. No. Bono se limitó a decir la verdad. Una verdad terrible, sucia, que nos revuelve las entrañas y nos llena de preguntas y de desazones y donde quizá sólo faltara una reflexión por parte de todos. ¿No le habremos negado el pan y la sal --dinero-- a nuestras Fuerzas Armadas, que sus jefes tienen que andar mirando como ahorrar 6.000 euros aunque eso suponga riesgos para nuestras tropas? Por lo demás, el ministro de Defensa sólo dijo lo que tenía la obligación de decir. Hechos, hechos, hechos y una conclusión terrible: no se respetó lo único que después de la tragedia era exigible respetar. A los muertos. Aquella chapuza en la identificación de los cadáveres es una auténtica vergüenza, y quienes la causaron deben pedir, al menos, perdón a los familiares. No se trata de linchar a nadie. Se trata de poner a cada uno ante sus responsabilidades y a la sociedad ante la verdad de lo sucedido.

*Periodista