A penas he comenzado a leer Los papeles de Bruselas de Nacho Escuín, una fracción mental, de las que todavía no tengo confinadas, se me fuga y pone a pensar en Charlie Parker. En Julio Cortázar, más exactamente. En sus cronopios y famas. Y en La Maga, claro, aquel personaje inolvidable de Rayuela. Una novela con la que mi generación descubrió otro París y, sobre todo, una manera distinta de escribir. De leer, incluso, porque Rayuela podía leerse a voluntad, comenzando por la mitad, por el final o por cualquier capítulo.

Y he aquí que unas páginas más adelante, en Los papeles de Bruselas aparecen Julio Cortázar y su pareja Aurora Bernárdez. «Escuín ha dejado de ser fama para volver a ser cronopio», pensó en ese instante otro de mis fractales cerebrales, el más próximo a Charlie Parker y a La Maga.

Otras magas o mágicas mujeres aparecen en este libro singular, hecho de crónica, viaje, poesía y meta literatura. Escrito con una prosa luminosa e irónica con la que el autor, reconocido poeta, parece sentirse cómodo desde la primera línea y por eso mantiene el pulso y el tono, confiriendo una astuta uniformidad a los textos y enhebrándolos unos con otros mediante recursos circunstanciales y ambientales. De esa manera evita la fragmentación y consigue que vayan eslabonándose con una cadena invisible que, como el índice de Rayuela, lo mismo puede estirarse, colgarse que enrollarse a la muñeca del lector, de seguro agradecido por este diseño narrativo que combina originalidad y una suerte de alegre y aventurera búsqueda. Escuín da un paso más hacia algo que no es un objetivo, un dogma o un tesoro, sino simplemente una nueva excusa para seguir tomando café en la Gran Plaza de Bruselas, coger un avión a México y seguir escribiéndose con hechiceras autoras que persiguen el amor rodeadas de gatos y versos.

Unos papeles que animarán a su autor a seguir urdiendo nuevas páginas en aeropuertos o en habitaciones de hotel, allá donde el saxo de Charlie Parker resuene en su imaginación o una mujer sola, de aire extraño, le haga pensar en La Maga y en ese destino de los cronopios, siempre entrando y saliendo de los mismos laberintos o trampas, un poco como pasaba en la vida, cuando podíamos ir a París.