Nos preguntamos: ¿por qué la emoción patriótica (referida a España) no acaba de alcanzar a muchos simpatizantes actuales de las izquierdas, de la misma forma que durante el franquismo no conectó con los demócratas activos? Tanto el historiador Santos Juliá, en un artículo titulado Doblegar al Estado, como (y sobre todo) el sociólogo y filósofo Ignacio Sánchez Cuenca, en su libro La confusión nacional, han abordado recientemente esa interesante paradoja.

Se ha dicho a menudo que en España no hubo una auténtica revolución democrático-liberal (burguesa, en la terminología marxista), y por lo tanto no se construyó un patriotismo activo y popular al estilo francés. O que, ausente nuestro país de los grandes conflictos que enfrentaron entre sí a las naciones europeas durante la Edad Contemporánea, nos quedamos sin enemigos exteriores (¿y la invasión napoleónica?, ¿y la guerra con los americanos por Cuba y Filipinas?, ¿y la complicada y sangrienta intervención en el Rif marroquí desde 1909 hasta 1927?). O que buena parte de la intelectualidad española y de los líderes progresistas estuvieron siempre más pendientes del combate ideológico (en pos de la libertad, de las reivindicaciones obreras, del socialismo o el anarquismo), que de abrazar la causa de la nación, la cual miraron durante decenios con indiferencia e incluso con hostilidad.

Los otros nacionalismos, los periféricos, ganaron terreno no tanto como sucesores del localista y reaccionario carlismo (aunque también) sino como defensores de derechos y libertades reprimidas por los gobiernos de España (desde la Restauración hasta el franquismo).

Al final, el problema radica en que el patriotismo español ha sido administrado en los dos últimos siglos por unas clases dominantes (y sus auxiliares) de habitual inclinación conservadora. Pero esas élites, contrarias a la democracia y el progreso, se parapetaron tras un españolismo de mentira, jamás actuaron como patriotas y siempre prefirieron el autoritarismo a la libertad.

(Continuará)