El próximo mes de junio se cumplirán cien años desde que estalló la primera gran guerra en Europa. Nadie la vio venir. Un pequeño e inesperado detonante llenó el continente de sangre, caos y miseria. Los no combatientes supusieron un 5% del total de muertes. La segunda guerra mundial elevó ese porcentaje al 66%. En la actual coyuntura de guerra económica encubierta e interiorizada que vivimos todas las víctimas son civiles. No hay ejército que se haga responsable de la pobreza y la exclusión; el sistema rezuma indiferencia y, en último caso, cinismo.

En las democracias occidentales ha sido el trabajo el eje sobre el que sus ciudadanos han construido sus vidas. La especulación financiera, que siempre resta empleos, ha desplazado a la economía productiva generadora de puestos de trabajo, y sus políticas implacables de austeridad solo empeoran o enquistan el problema. La tasa de paro puede hacerse crónica. ¿Quién podrá vivir en un mundo sin trabajo si no hay un cambio de modelo?

Se habla de recuperación pero no se vuelve al mismo sitio. Pese a campañas que piden salarios dignos, la nueva ocupación ahora es frágil y precaria, hasta el punto que se ha acuñado el término pobreza laboral (en España se estimaba ya en un 12,7% en el 2012) para quienes un empleo les es insuficiente para sobrevivir. No son nuevas las reivindicaciones, por arriba, para penalizar la especulación (Tasa Tobin) y, por abajo, para implantar una renta básica universal.

El torrente neoliberal se ha aferrado a que todo eso era irrealizable, pero once países, incluido España, han llegado a un principio de acuerdo sobre un impuesto sobre las transacciones financieras para el 2015, y la Comisión Europea se mostró relativamente permeable a la idea de un salario que garantice a todos los ciudadanos una cobertura digna; idea que, en forma de impuesto negativo, ya apoyó en 1962 el mismísimo Milton Friedman, aquel "conservador con un programa de bienestar social" como le definió The New York Times. La paz social no debería ser una utopía. Es el pegamento esencial para que el sistema no se rompa por cualquier grieta. Esta vez es fácil verlo venir. Periodista