El 21 de septiembre titulaba mi columna Pedro y Pablo. Donde lamentaba que entre ambos no hubiera feeling. Sus personalidades tan diferentes eran un choque de trenes imposible de parar. Ni rebobinando la imagen se entendían. Uno pecaba de soberbia (Pablo) y el otro de flojera (Pedro). Ahora, afortunadamente para España, las cosas han cambiado, y ahí los tenemos como dos colegas que se respetan, se estiman, se abrazan y se esfuerzan en tomar las medidas sociales y económicas necesarias para los tiempos que vivimos.

Pedro, como buen deportista, no perdió los nervios. Aguantó firme, y sacó lo mejor de sí mismo ante los ladridos rabiosos del trío ultra (PP, Cs y Vox) fagozitado por Abascal y sus boys. Por primera vez Sánchez brillaba con luz propia y con algunas ideas del amigo Pablo. Un equipo perfecto. Si les dejan bailar en la pista.

En esta segunda sesión de investidura los detalles fueron tremendos. Unos buenos y otros deplorables. Como la desmesura de la diputada de ERC Montse Bassa que lanzó un discurso lleno de odio, y eso que pedía solidaridad y empatía para los presos políticos. Su frase final «Me importa un comino la gobernabilidad de España» sobraba en sus escritos. Y sobraba ella. Esta mujer o es tonta de remate o no entiende nada de qué va una negociación política. Además, flaco favor le hizo a su hermana Dolors si deseaba que saliera de prisión.

A mí me encanta el portavoz del PNV, Aitor Esteban. Este hombre tiene el detalle de hablar claro, explicar las cosas con asombrosa naturalidad y desmontar los trasnochados gritos de «¡Viva España!» y «¡Viva el Rey!», fuera de lugar y de siglo. El diputado vasco habla como si saliera satisfecho de una buena comilona y entablara una conversación elocuente con sus amigos de pandilla. Es genial.

Por el contrario daban miedo los ojos de titanio de Cayetana Álvarez de Toledo, susurrando consignas a Pablo Casado, como si su jefe fuera corto. Bueno, a lo mejor, un poco sí lo es, si no espabila pronto y se afeita la barba como le aconsejó Pedro ante la sonrisa aquiescente de Pablo desde su escaño. Y uno de los detalles más absurdos de esta solemne y animada sesión de investidura fue la postura egipcia que adoptaba Adolfo Suarez Illana cuando los independentistas intervenían. Si su padre levantara la cabeza le daba una colleja por inútil. Este diputado no le llega ni a la suela de los zapatos ni honra su apellido.

Me gustó mucho el detalle de Pablo que se quedó fuera de los focos cuando terminó la sesión dejando todo el protagonismo al ya presidente, aplaudido y aclamado por más de la mitad del hemiciclo. Por fin Iglesias entendía cuál era su papel. En esos momentos le tocaba llorar de emoción y satisfacción. Para terminar muy feo y patético el detalle de Inés Arrimadas de pedir de nuevo la traición en las filas socialistas para impedir que Pedro saliera elegido presidente. Y más que ridículo fue el desfile de modelos de Vox a cámara lenta saliendo y entrando del Congreso.

*Periodista y escritora