Puesto a escribir cosas políticamente incorrectas, declararé en primer lugar que mucho del revuelo armado en torno a Gibraltar, a la conmemoración de los 300 años de dominación británica del Peñón y a la visita en consonancia de entidades todas ellas tan contaminantes como un ministro de Defensa británico, un miembro de la Casa de su Graciosa Majestad y un submarino nuclear inglés achacoso me traen bastante al pairo.

Incluso, si nos dejamos llevar por el pesimismo, lo mismo esta falta de convicciones patrióticas respecto del Peñón afecta a muchos más españoles de lo que en principio cabría suponer.

Soy consciente de que tras los ocho años de cursillos intensivos de banderas y patriotismo impartidos por el expresidente José María Aznar y sus seguidores mi actitud atenta contra los cimientos mismos del territorio nacional, pero es que los cimientos que realmente más me conmueven son los de las viviendas, todas ellas por las nubes y producto de la especulación más variopinta por parte de algunos patriotas de toda la vida.

Que un submarino nuclear atraque en Gibraltar toca igual las narices que si lo hiciera en el puerto de Vigo o en el de Rotterdam. Lo que ya no da tan lo mismo es que en un suelo patrio tan cercano como la Romareda pretendan levantar al menor descuido una pila gigantesca de pisos de lujo para gran regocijo del bolsillo de los de siempre.

Incluso me parece bastante exótico el culo pelado de los monos y los andares de los soldaditos de plomo del Peñón, pero me mosquea día tras día que algunas medias provincias de mi país sigan perteneciendo a los descendientes de no sé qué noblezas rancias y caducas o que casi todo el litoral hispano esté cosido de urbanizaciones horteras o que la montaña de mi tierra esté cada año más en trance de caer en esas mismas aguas revueltas o que Teruel exista, sí, pero cada vez con más dificultades.

ESTA EN PLENA vigencia y actividad un doble rasero de medir el patrimonio histórico, la soberanía del suelo patrio y la sensibilidad nacional.

Si trescientos años de ocupación británica del Peñón son una nadería y una infamia, ¿por qué para algunos los seiscientos años de ocupación hispana de Ceuta y Melilla parecen estar originados en algún texto sacrosanto e inmutable? ¿Si casi todos consideran sensato y adecuado para la resolución del conflicto del Sahara Occidental la celebración de un referéndum de acuerdo con las naciones Unidas y el Plan Baker e invocan para ello el derecho de autodeterminación del pueblo saharui, ¿cómo es que tantos se rasgan las vestiduras y se muestran tan reacios a escuchar cualquier apelación a ese mismo derecho de autodeterminación aplicado a pueblos como Euskadi?

Puesto a escribir cosas políticamente incorrectas, reconoceré que el suelo que realmente más aprecio y me duele desde hace mucho tiempo es el de Sudán, Irak, Afganistán y los que cada día se empapan de bombas, sangre y lágrimas. Iba a decir también que me parece muy mío el suelo de mi casa, pero, pensándolo mejor, ese suelo es de momento propiedad del Banco y a mí sólo me pertenece pagar sin rechistar cada mes la hipoteca y los gastos de comunidad.

EL TERRITORIO patrio está en manos de unos cuantos que juegan diariamente al palé con nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. La soberanía nacional, sí, es del pueblo según la Constitución, pero hay otro tipo de soberanía, más prosaica, tangible y efectiva que está en las manos de quienes mueven los hilos de las finanzas, las leyes, los reglamentos y los repartos de beneficios.

Si los ciudadanos del mundo que no se comen un solo colín en la mesa de quienes compran, venden, engullen y dilapidan la comida de las distintas patrias se supiesen y sintiesen habitantes del único suelo real --el del mundo--, se unirían al menos para reírse juntos por esperpentos como los de la reconquista del islote de Perejil.

La tierra es para el que la trabaja, así que, por mucho que digan los documentos, los legajos y el sacrosanto derecho a la propiedad privada, buena parte del suelo patrio debería retornar a sus legítimos propietarios: los ciudadanos (del mundo).

Y ahora, remedando al exministro Federico Trillo y como compensación de tantas afirmaciones políticamente incorrectas, con la mente puesta en el Peñón: ¡Vivaes Paña! y ¡Viva Honduras!.

*Profesor de Filosofía