La deslealtad, la traición y el engaño se apoderan de la escena política y poseen a un grueso importante de sus principales actores. Fraudes fiscales, malversación de fondos, amaño de contratos, viajecitos a lo Pantaleón y las visitadoras a cuenta del erario público... Enfermedad contagiosa donde las haya, la perfidia. Y, sin remedio. Una vez se apodera de ti, el daño es irreversible, el individuo queda totalmente zombificado. Miren a Blair, el otrora primer ministro británico, hoy enviado especial del Cuarteto Oriente Próximo encargado de salvar el moribundo proceso de paz entre palestinos e israelíes, actividad que simultánea con su millonario contrato de asesoramiento a la firma petrolera saudí, PetroSaudi. O qué me dicen del presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker. Le acaba de salpicar en la cara el caso Luxleaks, que desvela los acuerdos fiscales secretos que en calidad de primer ministro luxemburgués concedió a más de 300 multinacionales para facilitarles ventajas fiscales y se queda tan ancho. Como responsable de la Comisión que gestiona los fondos europeos no se corta ni media al decir que "no le describan como el gran amigo del capital, pues el gran capital tiene mejores amigos que él" en la UE. Será desvergonzado. Miedo me da esa cumbre de fin de semana en Australia a la que Juncker asistirá, en la que el G-20 pretende encontrar respuestas conjuntas al desafío mundial para la lucha contra la evasión y los incentivos fiscales de las multis. Riesgo de contagio seguro.

Periodista y profesora de universidad