Que este ya no sea un país bipartidista es una hipótesis aún por demostrar. De momento, la entrada de nuevas formaciones con capacidad de decisión, más allá del papel de bisagras que ya conocemos, no ha supuesto una superación de ese escenario sino su enconamiento. Es más, España ha dejado de ser bipartidista para convertirse en bipolar. Y no es mucho avance, la verdad. En su irrupción, Podemos hablaba de centralidad, de mayorías sociales, de representación y de la distinción arriba/abajo. Cs daba directamente por obsoleta la separación derecha/izquierda y se instalaba en el centro liberal, sin pasado y por tanto sin lastres.

Del primer Podemos que aprovechó el rebufo quincemayista transversal y no partidista queda poco. No solo porque haya perdido en cuatro años el 40% de sus diputados nacionales y dos tercios de los autonómicos. Su propio socio Alberto Garzón ve obligatorio un cambio de estrategia y, citando a Manuel Sacristán, evitar expectativas místicas, la desconexión social y la tendencia a la autocomplacencia.

Ábalos insta a su potencial aliado Iglesias a priorizar lo programático y este responde con el todo o nada del órdago a la investidura si no va en coalición, un sálvese uno mismo, mientras los mejores resultados de ¿su partido? lo obtienen sus disidentes, véase Cádiz, dimite en pleno la dirección castellano manchega, o Escartín, en Aragón, se desconecta de la dirección central y se pregunta «¿Quién es Echenique?».

Por su parte, Cs se ha derechizado sin remisión. Su repentina alergia al PSOE (y a Sánchez en particular) puede tener mucho que ver con la exitosa moción de censura que truncó de golpe una hoja de ruta que ya le había colocado en las encuestas como primera fuerza política. La consecuencia inmediata de aquella frustración fue lanzarse desaforadamente a desbancar al PP por el mismo lado ideológico, pero no lo ha conseguido en ningún lado.

Ahora, a los naranjas les va a costar marcar perfil propio si no logran estrenarse como protagonistas en alguna gestión, para lo que necesitarán un nuevo giro y algún que otro tirabuzón. Como fuerza subalterna (y cómplice) de los populares, y con un programa indistinguible, ni sus éxitos serán suyos. Además, les va a tocar explicarse en Europa por alguna que otra cosilla colateral. Un partido político vale y pesa los votos que tiene. Ni uno más. Manuel Valls e Iñigo Errejón, por ejemplo, ya lo han entendido. H *Periodista