La ajustada victoria de Gustavo Alcalde sobre José Atarés en las primarias del PP-Aragón tuvo que decidirse al final entre un puñado de votos.

El veredicto, lejos del KO técnico, hubo de resolverse a los puntos, pues el jabalí de El Vallecillo, aspirante a la corona regional, aguantaba con dignidad los asaltos pactados, cruzaba guantes, metía manos, castigaba los flancos y los blancos de su rival, sin que en ningún momento el bravo Atarés doblase la rodilla ni besara la lona. Fue un combate bronco, parejo y marrullero, aunque librado con oficio, y en líneas generales agradó al respetable. En especial al aforo socialista, que disfrutó de lo lindo en la grada contemplando cómo los pesos pesados de la derecha se castigaban entre sí.

Atarés, que lleva casi una década aspirando a diversas coronas, sin que hasta el momento le haya sonreído demasiado la suerte, fue para Alcalde un correoso adversario. Se había preparado a fondo en el gimnasio de las Nuevas Generaciones, golpeando el fardo, saltando comba, flexionando cintura, y hasta realizando una gira promocional para lucir su estilo roqueño, de sólido fajador, y ese gancho de derecha que dicen es como una corbata del legendario Lambán. Si te coge ese golpe, como lo recibió Senao, te pone en la lona. Por eso Alcalde, pese a revelarse más fino en la esgrima, más envolvente y móvil, y pese a estar auxiliado por sparrings expertos en ganar a los puntos, sufrió en algún asalto más de la cuenta, y hasta tuvo un instante las piernas de trapo y la mirada perdida, espantando a los suyos con el recuerdo de aquella mandíbula de cristal del ya semiretirado campeón Santiago Lanzuela. Pero los masajes de Rajoy en el rincón, y el agua milagrosa de Génova que le administró Javier Arenas lo confortaron como para colocar una serie de directos en el nada agradecido estómago de Pepe Atarés. Ahí inclinó la balanza.

Atarés, después de la paliza, se ha retirado con los suyos a la caravana volante con vistas a reponerse y preparar cuidadosamente su próximo desafío en la división de los semipesados. Tendrá enfrente nada menos que a Domingo Buesa, un púgil canónico, tocado por el ángel, que hasta el momento ha vencido en todos sus combates antes de llegar al límite. Dicen los críticos que Buesa posee guantes de seda, que acaricia el aire y finta como un bailarín, pero que cuando impacta pega duro, que de su abrazo de oso es difícil librarse, y que sabe rematar al contrario sin buscarle el cuerpo a cuerpo, noqueándolo a distancia, permaneciendo ajeno el contrario al lugar de donde le llueven los golpes. Será, en cualquier caso, un apasionante desafío, tanto o más reñido que el que Atarés acaba de disputar con Alcalde.

Mientras suena la campana y llega el momento de morder de nuevo el protector, la afición popular permanecerá dividida y alerta. La clá de Atarés es más joven, más progre y, dicen los afiches, más de fiar.

Buesa, en cambio, tendrá un público acomodado y selecto, hecho al exquisito deporte de presenciar la riña desde los palcos donde nunca alcanza el salpicón de la sangre.

*Escritor y periodista