El otro día, en vísperas del debate sobre el estado de Zaragoza, los cronistas municipales de la Inmortal Ciudad hicieron una porra para ver quién acertaba los argumentos de los respectivos discursos que habían de soltar ante el Pleno el alcalde y los portavoces de los grupos. Por supuesto lo clavarón. ¿Por qué? Pues porque la política aragonesa se ha vuelto muy previsible, demasiado previsible. Y eso que el ayuntamiento cesaraugustano parece a punto de salirse, aunque sea parcialmente, de su habitual inercia. Que ya veremos.

Hay que dar por hecho que PP y PSOE van a reproducir una y mil veces la misma discusión, cuyos términos permanecen inalterables desde hace decenios y que ambos partidos alternan en función de cuál de ellos es gobierno u oposición en Aragón, y de quién manda aquí y quién en el Ejecutivo central. De esta forma las dos formaciones más importantes (aunque ya no fundamentales) se cruzan acusaciones respecto de los pantanos, los regadíos, las infraestructuras, los desdoblamientos, el Canfranc y todo eso. La cansina cantinela ha llenado las páginas de información política tantas veces que informadores, comentaristas y editorialistas nos la sabemos de memoria. Y ahora, para acabarla de arreglar, el tema de Los Bienes se ha encanallado aún más porque siendo el ministro-conseller de Cultura su actual responsable máximo, Lambán, el presidente aragonés, puede cargar sobre él cualquier retraso en la vuelta de las piezas más allá del próximo lunes. Ya lo ha venido haciendo, comparando al bueno de Méndez de Vigo con el malvadísimo Puigdemont. Eso, claro, después de que el PP tierranoblense advirtiese a los socialistas que dejaran de enredar con este tema y dejasen trabajar a los que saben hacer las cosas... o sea, a la bendita derecha.

A este tipo de situaciones las llamamos bucle o Día de la Marmota. Pero en realidad solo son fruto de una devaluación de la política tan obvia y tan triste que únicamente puede motivar a quienes hacen de la ideología y sus argumentarios artículos de fe. Y aun así...