No elegimos cuando nacemos, cuando vamos a enfermar y va a llegar el dolor. Y es en ese momento cuando te das cuenta de la impotencia de la voluntad. Tu aliento va en una dirección pero el cuerpo te arrastra con las poderosas reglas biológicas de las que estamos hechos.

El embarazo es otro de los hechos vitales que te hacen recordar nuestra doble condición de animales y seres racionales. El poder brutal de la vida se abre paso incluso en las peores condiciones físicas, en las mujeres en situaciones vitales muy precarias. Y esa disociación entre naturaleza y razón es difícil de asumir para los educados en un siglo en el que parecía que la ciencia y el discernimiento personal iban a poder regir nuestra existencia. Cuanta ingenuidad en tantas de nuestras apreciaciones. No desde la arrogancia de la infalibilidad si no desde el pragmatismo de la razón me gustaría poder elegir en algún momento de mi vida, dentro del estrecho margen de maniobra que nos deja.

La persistencia del dolor, la incapacidad y la dependencia en un proceso que se sabe irreversible es el peor de los escenarios para la existencia de cualquiera de nosotros. Y en esas situaciones extremas tienes que seguir ignorando tu capacidad de raciocinio y decisión, y seguir atrapado en el causante del sufrimiento, tu propio cuerpo.

Querer morir es confesar que te has visto sobrepasado por la vida, por esa vida tortuosa que te ha tocado en suerte, es confesar que eso no te merece la pena. Vivir naturalmente nunca es fácil, el idilio montando sobre «lo natural» es tan irreal como brutal en sus condiciones.

La sociedad española en las últimas encuestas de los años 2017 y 2018 se mostraba a favor, en un 84% de la práctica de la eutanasia en enfermos terminales y en un 64% en enfermos crónicos irreversibles. Y como bien dijo un reconocido protagonista de la transición española, la política debe adelantarse a los estados de opinión colectivos, y aquí vamos tarde. Los enfermos y las familias se han visto desprotegidos por las instituciones en las situaciones más trágicas, que llevan a un marido a asistir la muerte de su mujer después de 30 años de enfermedad.

La clandestinidad nunca debería ser el espacio para abandonar la vida. La regulación de la eutanasia y la muerte digna es un imperativo ético que muchos esperamos.

*Politóloga