Fue un auténtico delirio. Un numeroso grupo de aficionados escenificaban aullidos y gestos de mono ("¡uh, uh, uh!") cada vez que un jugador negro tocaba el balón. Sonaban cánticos ofensivos de tipo racista, primero "puto negro el que no bote" y luego cambiando la palabra negro por los nombres de los jugadores de raza negra ingleses. Ocurrió hace apenas dos semanas en un encuentro España-Inglaterra que, ironías de la vida, se concibió como un acto organizado contra el racismo en el fútbol, pero se celebró en un ambiente tan cargado que se convirtió en una apoteosis racista. Fue un espectáculo triste sobre el que The Times dijo que el árbitro debió suspender el partido y The Daily Telegraph denunció que "los jugadores negros fueron despojados de su humanidad".

La primera piedra la había lanzado el seleccionador español, Luis Aragonés, llamando "negro de mierda" a un jugador de color, y cuando más tarde periodistas ingleses le acusaron de racista, lo negó replicando que quien practicó el racismo fue el imperio británico. A los hechos respondió la prensa británica exigiendo el cese del técnico y la Federación Inglesa elevando una queja, pero ni Aragonés dimitió ni fue cesado. Por el contrario, el presidente de la Federación Española de Fútbol le defendió afirmando: "Luis no es ningún racista".

Las burlas simiescas y los abucheos racistas se han repetido hace unos días: los sufrieron los jugadores Etoo y Ronaldinho en el Getafe-Bar§a, pero el presidente del club local minimizó la importancia de los hechos. En un país que se niega a reconocer el racismo, cuesta creer que incidentes racistas como los citados son habituales en los campos españoles, según han declarado futbolistas negros, como Fredson (Espanyol) y Sissoko (Valencia). Espejo de ello es el Informe anual 2004 sobre el racismo en el Estado español, realizado por SOS Racismo.

EL ALARMANTEavance de esta plaga es resumido por Carlos Ferreira, presidente de la Coalición Española Contra el Racismo en el Fútbol, ofreciendo algunos datos: los clubs más importantes han estado financiando a los grupos ultras sus viajes y han permitido que éstos tengan habitaciones reservadas, caso único en Europa, para guardar sus pancartas xenófobas. Ferreira avisa de que existen 32.000 ultras en los estadios españoles, cifra que se ha sextuplicado desde 1995 y representa una situación "explosiva e inaceptable".

El racismo del fútbol ¿es un reflejo del existente en la sociedad? Hasta cierto punto sí, puesto que la masa del estadio procede de la sociedad, pero hay datos también que avalan que el fútbol estimula la expresión del racismo. No nos estamos refiriendo aquí al racismo tradicional, que reconocía sin rubor la discriminación descarada, sino al nuevo racismo, que se ha vuelto sutil, maquillando sus prácticas y cuidando las formas, para adaptarse al ambiente democrático actual y poder sobrevivir.

Este racismo políticamente correcto se ha vuelto todavía más sutil en el caso del denominado racismo "aversivo", así llamado por los psicólogos sociales Gaertner y Dovidio para expresar la aversión o sentimiento de rechazo hacia los otros que existe en aquellas personas que, aunque se creen justas e igualitarias, reprimen en su interior sentimientos a favor de la discriminación. Las circunstancias de tensión o presión social pueden activar los sentimientos hostiles más profundos de estas personas solidarias haciendo emerger su racismo latente. En la situación de un estadio, un elevado clima de desinhibición emocional favorece esta emergencia, especialmente, si el escenario está preparado con provocativas pancartas xenófobas y cánticos de grupos racistas. Recientemente, el profesor Esteve Espelt, de la Universidad de Barcelona, ha realizado un experimento, creando en el laboratorio una situación de conflicto étnico y tensión, que ha permitido demostrar por primera vez en España cómo emerge el racismo aversivo hacia los inmigrantes.

Es urgente que en España se tome conciencia de que el racismo es un hecho grave, rompiendo con nuestro arraigado hábito de negarlo o restarle importancia. Para ello es preciso mirarlo en profundidad, y descubrir que oculta un veneno que daña la parte íntima de nosotros mismos: nuestro orgullo, nuestra dignidad. Si se niega a otros la dignidad propia de nuestra condición, por ejemplo, tratando a los jugadores como si fueran simios, ya se puede fríamente atropellar sus derechos sin sentir simpatía por ellos, como han constatado los estudios de Philip Zimbardo sobre la deshumanización.

POR SER ELfútbol el deporte de masas por excelencia, el racismo en los estadios puede tener amplia repercusión en la sociedad. Para evitarlo se precisan campañas antirracistas, como las patrocinadas por la UEFA, que sensibilicen a la población y, particularmente, a los clubs y a las figuras públicas más representativas, como dirigentes, técnicos y árbitros. Una medida urgente es penalizar a los clubs que arropan a grupos racistas. Aplicar castigos ejemplares tiene un fuerte efecto disuasorio, mientras que la impunidad, como ha ocurrido hasta ahora con Aragonés, legitima y promueve los actos racistas.

Pocos esfuerzos valen tanto la pena como una lucha sin cuartel para erradicar esa repugnante muestra de la soberbia y la prepotencia humana que es el racismo. En esta difícil pero necesaria empresa, resuenan aquellas célebres palabras de Einstein: "¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio".

*Catedrático de Psicología Social