Si algo dejó tras de sí Tom Wolfe para las siguientes generaciones de periodistas del planeta es que en muchas ocasiones la realidad solo se explica desde la ficción. Claro que el genio recién fallecido tenía el don de combinar ambas cómo y cuando quería, haciendo pasar por el tamiz de su libreta el mundo que él creía ver y quería mostrar. No debe ser casualidad (o sí) que se haya marchado justo cuando la humanidad se frota los ojos incrédula ante los espasmos mentales de Donald Trump, esa fusión de Liberty Valance, Benny Hill y el coronel Kurtz con aspecto de estar incapacitado para presidir la comunidad de vecinos y que sin embargo ocupa el trono mundial gracias, no olvidemos, al aval de 76 millones de votantes que, obviamente, algo de culpa tienen.

Mucho más cerca también encontramos cada día ejemplos de que nada es lo que parece (o sí). Cuesta creerlo pero la matraca catalana ha vuelto con toda su intensidad de la mano de un supremacista convencido, encantado con sus genes Ku Klus Cat y orgulloso de hacer como Luke Skywalker y viajar al planeta Dagobah para recibir los consejos, lecciones y adiestramiento de su maestro Yoda («Mucho que aprender todavía tienes»). ¿Qué se puede esperar de un dirigente al que no le importa meterse en la piel de personajes como Monchito, Macario o el cuervo Rockefeller («¡Toooooma, Moreno!») y admitir con jactancia que está ahí porque Puigdemont le maneja por detrás?

Volviendo a Star Wars, uno observa a Albert Rivera y los suyos y no puede evitar evocar esa secuencia en la que Han Solo y Chewbacca se burlan de los malos de la película, cuando el Halcón Milenario viaja adherido a la cubierta de uno de los cruceros del Imperio, una maniobra de camuflaje en la que la nave pequeña se mimetiza y se deja transportar por la grande en espera del momento de escapar y volar en solitario.

Los más perversos podrían ver en ese tipo de estrategia un efecto garrapata, ácaro conocido por sus dotes parasitarias, aunque tratándose de Cs, quizá haya más de un nostálgico que prefiera acordarse de V, leyenda televisiva de los 80. A los jóvenes abría que explicarles que se trataba de una serie ciencia ficción en la que bajo la piel de unos personajes con afable aspecto humano se escondían unos seres extraterrestres cargados de oscuras intenciones. Conclusión: no fiarse de las apariencias, y menos cuando como Gobierno y como partido estás ardiendo en tu propia hoguera de las vanidades. H *Periodista