Mira que me había propuesto no hablar de esta pandemia, ni de virus, ni de política, al menos durante el verano, y así, no hay manera.

Ya sé que, durante la crisis, advirtieron que los rebrotes serían inevitables. Pero no sé, tengo la sensación de que seguimos siendo bastante brutos y necesitamos ver las tragedias para creerlas y, justo entonces, comenzamos a descubrir realidades que estaban ahí desde hacía mucho y a las que no queríamos mirar. Sí, ahora clamamos contra las residencias masificadas. Pero eran el armario que ocultaba la parte menos bonita de nuestras vidas. Pocos, muy pocos decidieron sacar a sus familiares para cuidarlos en casa cuando comenzó a cundir la alarma.

Y los temporeros. La vida de los trabajadores migrantes tampoco es una novedad. Ha tenido que visitarnos el virus para evidenciar que viven en condiciones infrahumanas, a escasos metros de nosotros. Seguimos siendo muy brutos y nos negamos a asumir nuestra parte de responsabilidad. Si queremos seguir disfrutando de las cerezas y de los melocotones, habrá que aceptar que exista una inspección y que alguien deberá ocuparse de que los recolectores no vivan amontonados y sin higiene. Es verdad que igual eso encarece unos céntimos el producto, pero nadie quiere comerse una fruta con sabor a esclavitud.

Somos brutos y nos quejamos de que la mascarilla es engorrosa y molesta, sobre todo con estos calores. Alegrémonos de no ser sanitarios, con doble mascarilla, gorro, pantalla protectora, bata y funda de plástico. Solo de pensarlo me abraso.

Por brutos que seamos, no podemos decir ya más que no hemos visto la miseria que tenemos al lado. Si no la queremos evitar por justicia social, hagámoslo, al menos, por puro egoísmo. Que luego van nuestros hijos a un botellón, se mezclan con cualquiera y contagian a la abuela si van a visitarla a la residencia.

Dijeron que los rebrotes serían inevitables, sí, también afirmaron que este virus no conocía de fronteras, ni de clases, ni de ideologías. Es verdad que no es nada clasista, que lo mismo afecta a un gobernante que a un indio del Amazonas, pero ya sabemos de antemano cuál de los dos tiene opciones de seguir vivo.

Estoy convencido de que el virus no tiene conciencia de ser nuestro enemigo. Él va a lo suyo y no comparte nuestros temores. Mientras se multiplica exponencialmente, va poniendo al descubierto muchas contradicciones de la especie humana. Justo esas a las que tendremos que adaptarnos si queremos sobrevivir.