Impresiona la singular y triste odisea de ese recién nacido, el primero venido al mundo en Aragón en el año 2004, que literalmente salió de la Maternidad para vagar por las calles en brazos de su madre mendiga. Tal hecho nos pone ante los ojos la realidad de un sector de la población (inmigrante, pero también aborigen) que malvive sumido en la pobreza. La situación de esa desdichada criatura también nos alerta sobre el oscuro poder de las organizaciones mafiosas que hacen negocio en los submundos de la marginación y la miseria.

Es muy razonable que las autoridades decidiesen por fin buscar al niño y a su madre para proteger al primero y sacarlo de las calles. No es de recibo que una sociedad avanzada y que presume de orden y de civilización se desentienda de un bebé que con menos de medio mes ya ha sido estrenado en el duro oficio de mendigo.

Y por supuesto no sirve de excusa el que la propia madre (una gitana de origen rumano que apenas hablará castellano) rechace la asistencia que se le viene ofreciendo desde el primer momento. En casos así, no basta con limitarse a cumplir unos requisitos convencionales. Cuando el futuro de un indefenso ser humano está en juego, hay que implicarse a fondo.