En El artículo del día del 30 de septiembre, Don Juan Manuel Aragüés, profesor de Filosofía de la Universidad de Zaragoza, escribe un artículo de opinión titulado Abandonar la política. Soy un subordinado suyo ya que soy profesor de Filosofía en un Instituto de Educación Secundaria, pero me sorprende alguna de las afirmaciones que en dicho artículo se vierten. No pretendo enmendar la plana a mi "jefe" ni entrar en una polémica estéril, pero creo, humildemente, que es necesario matizar alguna de sus afirmaciones, aunque sinceramente creo --espero-- que opinará algo cercano a lo que aquí expongo.

Afirma que "la profesionalización de la política es uno de los mayores cánceres de cualquier democracia. (-). El político profesional defenderá lo que determine la dirección de su organización". Estoy de acuerdo en parte de su análisis, pero discrepo en lo fundamental: no es la profesionalización sino la falta de profesionalidad lo que lleva a conductas como las que describe. Empecemos por distinguir profesionalidad de profesionalización, dos palabras que parecen lo mismo y no lo son.

Personalmente, prefiero buenos profesionales en cualquier desempeño de funciones públicas o privadas. Una de las críticas que Platón hace a los malos políticos atenienses es, precisamente, que son "ignorantes", unos "aficionados", "incompetentes" para desempeñar sus funciones, que se reparten los cargos "por sorteo" y que "los intereses de partido prevalecen sobre las necesidades del Estado" (en esto, creo que coincide con la visión de la política "profesionalizada" de Aragüés).

Es verdad que "existen otros modos de entender y ejercer la política (-) alejada de la profesionalización, el elitismo y las jerarquías", faltaría más. Pero poner el centro en la "casta política" (expresión que aparece en su artículo que recuerda demasiado al eslogan de determinado partido político) y no en si desempeñan bien o mal las funciones (o sea, su profesionalidad) para las que los ciudadanos les hemos depositado la confianza democráticamente, es contemplar extasiados el dedo que señala y olvidarse de la dirección que apunta. Creo que no es labor del filósofo promover precisamente esa contemplación estéril.

Conozco buenos políticos profesionales en todos los partidos políticos: tengo amigos en el PP que son excelentes profesionales de la política, tengo buenos amigos del PSOE que destacan por su profesionalidad política, mantengo una estrecha amistad con excelentes profesionales del servicio público de IU, incluso creo que alguno de mis amigos que parecen inclinarse hacia Podemos será un buen profesional si se le permite ejercer alguna función pública.

Termina el artículo esbozando "la titánica tarea de refundar la democracia, rescatarla de las garras de quienes se la han apropiado" (-) "dando a la política la dimensión participativa y democrática que tuvo en sus orígenes griegos. Dimensión participativa que, por cierto, la aristocracia se encargó de yugular"-

Los griegos tienen el honor de haber inventado la democracia, pero no son precisamente un modelo. Como el señor Aragüés sabe, la Atenas del siglo V solo daba título de ciudadano a los varones libres nacidos de padre y madre ateniense mayores de veintiún años con una renta suficiente. Vamos, de los aproximadamente 300.000 habitantes, solo eran ciudadanos de pleno derecho unos 45.000. Mujeres, niños y metecos (extranjeros), aunque eran libres, no podían participar de la democracia; además los extranjeros debían pagar más impuestos, hecho no muy democrático que digamos. Añade a los esclavos en el cómputo de ciudadanos de segunda, que evidentemente no eran libres, y la dimensión "participativa y democrática" de Atenas se resiente un poco. Esto quiere decir que entre un 80 y un 90% de los ciudadanos, ¡las 4/5 partes!, quedaban fuera de las asambleas y no llegaba al 15% los que podían participar.

Platón y Aristóteles criticarán este sistema de gobierno que tiene una facilidad asombrosa de caer en demagogia, tal como hoy día, y presentarán como alternativa la aristocracia. Aquí volvemos a confundir el genuino significado de la palabra aristocracia, el gobierno de los mejores (de "aristoi", nominativo plural de "aristos", que en griego significa los mejores), con el régimen aristocrático medieval que sí que se encargó de "yugular" la Revolución Francesa, literalmente. (El Estado Aristocrático griego, que Homero describe, es de los siglos XII al VII a.C., anterior a la aparición de la democracia). Ejemplo de esta democracia participativa aristocrática es el Consejo de Sabios de nuestros vecinos los suizos, y no les va nada mal.

Coincido con usted, señor Aragüés, en que es necesario democratizar la política y estoy ilusionado con los movimientos sociales... Pero para refundar la política quizá sea bueno dotarnos de buenos profesionales de la política (los mejores), educar a los ciudadanos para que participen aún mejor (labor que fue el objetivo fundamental de Platón, ese filósofo que hoy he explicado a mis alumnos de 2° de bachillerato) y no olvidar que la política es un servicio. Y los servicios no se apropian sino que se sirven mientras sirves. Profesor de Filosofía en el IES Tubalcaín (Tarazona)