Se veía venir que, en algún momento de las interminables sobremesas familiares que estos días nos ocupan, los comensales caerían en el debate que toca. Alguno por dentro andaba pensando por qué diablos no se habría largado a la Antártida, aunque hubiese sido en el barco ruso encallado en los hielos. Se armó tal guirigay que, para recuperar cierta asepsia dialéctica, hubo que echar mano del socorrido pozo de las anécdotas compartidas, mejor cuanto más alejadas en el tiempo.

Algo de eso hay. La realidad circundante sufre una regresión hacia el tardofranquismo. Vuelve la estrechez doméstica de las clases medias en los años 70, la infancia justita de quienes crecimos a base de lentejas y rodilleras de escay en el pantalón. También los fumadores recuperan la baratura del tabaco de petaca, el caldo de gallina que en aquel tiempo se liaban los abuelos. La tortilla del Estado sigue sin cuajar y la monarquía vuelve a estar en entredicho como entonces, cuando se hacía mofa de un Rey que había puesto Franco y con cuya capacidad intelectual se perpetraban chistes, como el de la llave: "Majestad, majestad, los dientes hacia arriba". Si ayer triunfaban el destape y la teta que Susana Estrada enseñó al alcalde Tierno Galván, hoy lo hacen desnudeces de verdad procaces, como la intimidad televisada de quién se acostó con quién o la humillación que se hace de los pobres en programas donde una caridad de pacotilla sustituye el papel del Estado del bienestar.

Vuelven también el orden público, el camión botijo de los grises que dispersaba a los manifestantes con cañones de agua a presión y el "cásate y sé sumisa" que recomienda el arzobispado de Granada. También retorna la tutela que ejercían periódicos europeos, como Le Monde o The Times, ante el mínimo movimiento registrado en el ruedo ibérico. Regresan los editoriales paternalistas --y con razón-- porque la contrarreforma del aborto ha sido el no va más, el cénit de la regresión, la vuelta a la casilla de salida más infame.

Si algo ha concitado una adhesión unánime en las tertulias familiares de estos días es el hartazgo y el interrogante de por qué no salimos a la calle a protestar. Tal vez porque faltan la ilusión de entonces y la bendita ingenuidad que asomaba en los chistes de Forges:

--Se acerca el día de los enamorados y yo sin saber qué regalarle a ella.

--¿A quién?

--A la libertad.

Periodista