Me sumo a la tendencia de alguna televisión, probablemente la más vista anoche:voy a darle a Vox mucho más espacio del que se merece. Porque si hay algo que va a distorsionar la vida política a partir de mañana (de hoy, para quienes estén leyendo esto) es la presencia de Vox en el Congreso de los Diputados. Con veinticuatro escaños como veinticuatro soles, Vox, por boca de su líder, Santiago Abascal (¿fueron lágrimas eso que brilló en sus ojos en un momento de su arenga triunfal?) ya anunció ayer que no piensa permitir salidas de tono en el Congreso.

Por lo tanto, se acabaron las tontadas de Rufián. Durante un breve instante (muy breve, de verdad), pensé que casi compensaba. Casi. Pero no. El primer representante de Vox en salir a la palestra fue Ortega Smith, ese hombre tan inabarcable que cuando gesticulaba se salía de plano. Y lo primero que dijo se me quedó grabado, me temo, para toda la legislatura: «Compatriotas, la resistencia ya está dentro del Congreso». Compatriotas, añado yo: al Congreso, a partir de mañana, no lo va a conocer ni la madre que lo parió. Los socialistas recuperan la hegemonía en España, y el PP se hunde en lo que constituye el gran fracaso de Casado y de su ideó- logo en la sombra, José María Aznar, el de «usted no me dice eso mirándome a la cara».

Unidas Podemos, a pesar de perder, gana, porque es de suponer que gobernará. Y Ciudadanos se aúpa muy arriba, aunque no lo suficiente para resultar decisivo (y va a tener que pelearse con Vox para capitalizar el «yo soy español, español, español»). Y ya sabemos todos que fuera del poder hace mucho frío. Menos para Pedro Sánchez, porque su historia de ida y vuelta, mal que les pese a muchos, sí que es digna de un biopic. Podríamos titularlo Duelo de titanes, y lo protagonizarían Sánchez, Rivera y Abascal. Porque los demás, me temo, van a resultar irrelevantes en lo que la Historia conocerá (qué se apuestan) como la legislatura de la testosterona