El martes pasado se cumplía el primer aniversario del fallecimiento de José Luis Sampedro. Abrí la ventana para percibir el aire de esta hermosa primavera y me llegó una voz varonil interpelando a su hijo: "¿Papá te quiere mucho, verdad?". Tras la respuesta afirmativa del niño, el hombre concluyó: "Pues entonces, ¿cómo puedes pensar que te voy a dejar en el cole para siempre?". La criatura, sin duda con los ojos húmedos, solo de pensar en un internado, insistió en que eso era lo que le había dicho su mamá.

¿Y qué tiene que ver todo esto con el fallecimiento de Sampedro? Pues que me recordó la necesidad de afecto, de cariño y cercanía, que precisamos todos y, en especial, los pequeños. Sampedro, en su celebérrima La sonrisa etrusca, supo transmitirnos con maravillosa sensibilidad la relación entre un mayor y su nieto; hoy, los abuelos tienden a sustituir en gran medida la ausencia paterna, para remediar una situación gravemente dañina para el desarrollo infantil, ya que los progenitores carecen de apoyo suficiente para destinarles un tiempo que han de emplear en sostener su nivel de vida. Si todavía tienen trabajo, claro.

En tiempos de recortes, puede parecer infundado apelar a ayudas y compensaciones que faculten la permanencia de al menos uno de los padres junto al niño durante sus primeros años. Sin embargo, no deberíamos transigir con una ofensiva generalizada de acoso y derribo en la que, una tras otra, se desvanecen las prestaciones sociales; una embestida para la que cualquier excusa sirve como pretexto válido. En tanto no llegan mejores tiempos, ¿por qué ni siquiera computa a efectos de jubilación el periodo que la mamá o el papá dedican al cuidado de su bebé hasta los cinco años? Escritora