Como culminación a una semana de agitación, insultos y desmesura, al conocerse que el Gobierno había aceptado un relator en las negociaciones con Cataluña, PP y Ciudadanos convocaron una manifestación, a la que se sumó Vox. Pero la concentración no cumplió las expectativas porque la asistencia fue discreta -45.000 personas, según la policía, aunque seguramente había más--, pero sin llegar a la convocatoria esperada ni a la que cosechó Rajoy en el 2005 contra Zapatero. Quizá porque el tono abrupto de días pasados era insuperable, los líderes de la triple derecha se mostraron más moderados, pese a que Pablo Casado habló de «rendición» y «chantaje», mientras que Albert Rivera se limitó prácticamente a reclamar elecciones. Solo Santiago Abascal se distinguió por su dureza al pedir la suspensión indefinida de la autonomía catalana y al referirse a los «golpistas» y a las «bandas violentas» que supuestamente actúan en Cataluña.

Del mismo modo, en el manifiesto final leído por tres periodistas se pueden observar diferencias apreciables. Junto a frases que podría suscribir cualquier constitucionalista, como las que defienden la soberanía nacional, la Constitución, el Estado de derecho y la igualdad entre los españoles, hay otros pasajes en los que se califica lo sucedido de «humillación», «puñalada por la espalda» o «traición» y se vierten falsedades, como que Pedro Sánchez recibió a Quim Torra con lazos amarillos o que aceptó «las 21 exigencias del secesionismo». En esa misma línea, se consideran cesiones desde el traslado de los presos independentistas a cárceles catalanas hasta negociar para aprobar los Presupuestos, «ofreciendo a cambio la soberanía nacional» (otra falsedad). Pero lo significativo fue la foto final, en la que por primera vez posaron juntos Casado, Rivera y Abascal. Por eso a Sánchez lo sucedido en la plaza de Colón de Madrid puede beneficiarle más que perjudicarle si logra colocar a las tres derechas en el mismo saco y transmitir el mensaje, como hizo ya ayer en Santander, de que su Gobierno solo está intentando arreglar el estropicio que la derecha le dejó en Cataluña. Sánchez tiene razón cuando recuerda que como líder de la oposición se comportó con lealtad mientras que ahora la derecha llega a salir a la calle contra su política aplicando la máxima de que cuando el PP negocia es para salvar a España y cuando lo hace la izquierda es para romperla.