El neto giro a la izquierda que supone la victoria de Andrés Manuel López Obrador en las elecciones celebradas el domingo, no solo las presidenciales, es una auténtica revolución en un país necesitado de un cambio de rumbo que ponga fin a la corrupción, al narcotráfico, a la violencia y a la pobreza que empuja diariamente a miles de mexicanos a intentar el paso al vecino EEUU, pese a las consecuencias. Que durante la campaña hayan sido asesinados más de 130 políticos indica el abismo en el que está sumido el país gobernado históricamente por la derecha del caciquil PRI y más brevemente, por el conservador PAN. López Obrador tiene el difícil reto de no defraudar a una ciudadanía que finalmente ha visto un rayo de esperanza. Sin embargo, la tarea que tiene por delante es un auténtico órdago. Es una labor titánica combatir el narcotráfico y la corrupción cuando sus tentáculos han llegado al corazón del Estado. Y no serán fáciles las relaciones con los EEUU de Trump. México está renegociando con su vecino el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Su fracaso, cuando el 80% de las exportaciones mexicanas van a EEUU, sería el hundimiento del país azteca. Ante este difícil panorama recurrir al populismo sería un grave error. Los meses que faltan hasta el 1 de diciembre en que López Obrador asumirá la presidencia serán decisivos.