Desde una óptica actual, una vida como la de Rainer Maria Rilke no parece pudiera volver a ser posible. Para que un poeta contemporáneo se aproximara a la sensibilidad, a la soledad o al sufrimiento del autor de Elegías de Duino tendrían que sumarse, además de un elevadísimo talento, tan excepcionales circunstancias de aislamiento, misticismo y consagración de la palabra y del verso que reunirlas sería tan difícil como llevar a cabo la más improbable utopía.

Desde esa admiración colectiva debemos seguir acercándonos individualmente a una obra que, siendo celestial, el propio poeta insistía en enraizar a la tierra, sosteniendo que sólo de la comprensión de la realidad podía surgir lo extraordinario, incluso lo sobrenatural.

En Cartas a un joven poeta, recientemente reeditadas por Nórdica con traducción de Isabel Hernández e ilustraciones de Ignasi Blanch, Rilke se esforzó por aconsejar artística y estéticamente a un escritor más joven, Franz Kappus, quien le pidió consejo para iniciarse en las letras. Son en total apenas una decena de cartas, fechadas a lo largo de la primera década del siglo XX, y de no más de un par de páginas o tres cada una, pero tan intensas y conmovedoras que merecieron editarse conjuntamente a la muerte del poeta, siendo luego reeditadas una y otra vez.

En una de ellas, Rilke se refirió premonitoriamente a las mujeres como «seres más maduros que el varón porque en ellas la vida se detiene y habita de manera más inmediata, fructífera y confiada». Dolores y humillaciones habrían alejado a las mujeres «de una humanidad que saldrá a la luz cuando se hayan eliminado las convenciones de lo exclusivamente femenino». Entonces, pronosticó Rilke, «los hombres que hoy no llegan a sentirlo quedarán sorprendidos y abatidos con ello». Cuando llegue ese día, «la muchacha seguirá existiendo, y también la mujer, cuyo nombre no significará solo una oposición a lo masculino, sino algo en sí mismo, algo que no se piense tan solo como un complemento o un límite sino como vida y existencia… El ser femenino». Y el poeta concluía: «Este progreso transformará la experiencia del amor desde la base y la convertirá en una relación entendida de persona a persona, ya no de hombre a mujer».

¿Habrá llegado ese tiempo o seguimos esperando?